Blogia
El Salón de las Músicas Perdidas

Herida

Herida No es de la película de Irons y Binoche de lo que hablaré, sino de otras heridas.

Ayer me hice otro corte en los dedos. Ultimamente me pasa mucho, tengo las manos surcadas y no creo que esté teniendo menos cuidado que habitualmente. Azar o lo que sea, llevo unos días que se me pintan linea rojas de sangre a continuo. Aunque la de ayer fue menos leve que los demás arañazos. Enganché el anular izquierdo en el anillo que llevaba en la mano derecha y me llevé capas de piel y un poco de carne del lateral de la punta del dedo. Me está costando un poco escribir, mucha letra bailada o equivocada, mucho uso de la tecla de corregir. La sangre aún brota, no sé porque pero se está resistiendo a cerrar, a pesar del alcohol y las trea tiritas que llevo usadas hasta ahora. No me disgusta ver mi sangre, brotando viva, mi afición a los vampiros debe tener algo que ver, pero tampoco me dan ganas de dejarla brotar hasta secarme.
Ni que fuera un corte en las venas de la muñeca, a veces soy un exagerado.

Pero como estoy se dobles sentidos ultimamente, las heridas de la carne no están solas. También hay otro tipo de heridas.
Odio la publicidad cuando coge algo que te hace estremecer y lo usa para vender banalidades. Hay un anuncio ahora en la televisión que me llama la atención. Muestra dolor, lágrimas, ojos cargados de pena, de angustia.
"Cuando te duele el cuerpo sabes donde acudir. Pero, ¿donde ir cuando te duele el alma?" reza la voz en off.
Coincide el final de la frase con un rostro de mujer madura surcado de lágrimas mirando a la cámara, que se estremece cuando una mano se apoyas en una caricia en su mejilla. Sus ojos se cierran y parece que alcanza un poco de paz.

¿Y donde voy yo cuando me duele el alma? Normalmente al recogimiento, a degustar el sufrimiento, a encogerme esperando ahogarlo en cada vocanada de aliento que tomo, sintiendo como poco a poco pasa por el bálsamo del tiempo. Pero demasiado poco a poco, demasiado lento...

El anillo con el que me hice esta última herida y otra más en estos días ya no luce en mi dedo. Demasiado peligro. Han sido nueve años de portarlo día tras días y sus bordes se han pulido al contacto con la piel de mis dedos, perdiendo su brillo de plata de imitación y haciendo sus bordes finos y en un lugar dentado, que es donde me enganché y desgarró.
Nueve años. Y no lo tiro a la basura porque tiene un nombre el anillo. Es el anillo de Roma. No porque fuera suyo, porque me lo diera. Ella sólo me dió el colgante del sol azul, también roto en su enganche a la tira de cuero, que dejé de usar porque el pegamento no lo conseguía mantener en su sitio más de dos días y una vez estuve a punto de perder el sol azul al soltarse. Ahora reposa en mi escritorio, donde he posado también el anillo.
Tenía dieciocho años, hacía poco que la conocía y compré el anillo en el rastrillo de la vieja plaza del Fontán, aquel día trasladado al paseo superior del parque San Francisco, no recuerdo por qué razón. Lo compré pensando en llevarlo un tiempo y dárselo a Roma cuando sintiera que el anillo se había empapado de mi esencia y ella podría sentirme si se lo ponía y pensaba en mí cuando estuviera lejos ,que era como solíamos estar, ella en Madrid y yo aquí en Oviedo. Lo compré también para recordarla día tras días. Para que cada mañana, cuando me lo pusiera, pensara en ella aunque sólo fuera ese segundo. Como si al tener dieciocho años y sentir que te enamoras por primera vez no tuvieras tu mente llena a cada instante de ella y se haga superfluo todo recordatorio externo, como si tu alma no te estuviera hablando todos los días de la mujer que amas. También, para que negarlo, lo compré por estética. Me gustaba la idea de llevar esa banda ancha pero fina de brillo plateado, supongo que en breve compraré otro pero de mejor calidad para que no abra más heridas. Ni en un sentido ni en el otro, aunque el viejo anillo sólo hace ya herida física. La herida mortal la dió ella hace años, con su boda, con su confesión de juego, con su reconocimiento de que no quería lo que yo le ofrecía. La herida mortal la abrió y el tiempo terminó de matar, ayudado por otros ojos que vinieron después, las promesas de adolescente, la pasión de inocente, el ansia del primerizo.
No dejo de quererla. Sí dejé de amarla.

Heridas físicas y heridas del alma. Distintos tiempos de curación y pocas veces causadas por la misma razón

2 comentarios

Androgen -

Desearía que hubiera otras formas de aprender, pero sí, la mejor letra con sangre entra.
Las cicatrices del cuerpo con el tiempo se hacen piel dura y muerta y caen, a veces ni dejan marca.
Las del alma...esa es otra historia, ¿verdad?

Poco me hace el betadine, suelo usar alcohol directamente en la herida. Quema, duele pero es más rápido. Y cuanto menos tiempo suframos mejor :)

Un abrazo

Moriana -

Eso que te hiciste con el anillo suena espeluznante pero no dejá de ser una dolorosa enseñanza... si aprendiéramos a quitarnos del alma a todos aquellos que tienen en poder de hacernos el mismo daño... por otra parte me gusta lo que decía Gibran, aquello de que tu dolor no es más que la ruptura del cascarón de tu entendimiento.

Bueno Androgen que tengas un buen domingo y para tu herida, betadine y aire libre, que es lo mejor :)