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El Salón de las Músicas Perdidas

MIENTE

MIENTE

 Para minimizar los problemas que uno se pueda encontrar en la vida, la mejor solución parece ser mentir.

 El término “mentira” siempre suena siempre tiene unas connotaciones catastrofistas, siempre se piensan en las grandes mentiras de la historia, las grandes traiciones, las explosiones emocionales que rompen relaciones, las maniobras arteras, las causas de las guerras.

 Y en realidad mentimos cada día. Es tan mentira decir “no estoy teniendo ninguna relación con otra mujer que no seas tú” como decir “estoy bien” cuando no lo estás y no quieres preocupar a la otra persona o no quieres que te den la lata porque estás agobiado o no quieres empezar una charla de por qué no estás bien porque quieres ir a otra parte y tienes prisa. Así que dices “estoy bien” con esa leve sonrisilla típica, cabeceas un poco como para reforzar la frase, como para decir “que bien que estoy, es cierto, si, si” y te mantienes en silencio un par de segundos para que la otra persona vea que no tienes nada que añadir, que sí que estás bien y se pasa a otro tema o te despides o se despide el otro y os marcháis cada uno por su lado o seguís con las cosas que estabais haciendo.

 

 Con la típica obsesión humana por graduar las cosas, hemos establecido grados también para las mentiras, y las que son más “leves” las llamamos “mentiras piadosas”, aunque yo prefiero por poético el término en inglés “white lies”, “mentiras blancas”, que supongo que viene de la expresión de sepulcros blanqueados o algo por el estilo, algo que en apariencia es bonito pero en su interior esconde la podredumbre y la corrupción. La mentira blanca se convierte así en algo en apariencia correcto pero que en el fondo es algo falso, pero que podemos ignorar y no profundizar.

 

 Pues el secreto para evitar problemas en la vida parece ser convertir las mentiras blancas en la bandera que enarbolamos.

 

 Porque no queremos que la gente sea distinta, ni especial. No queremos que nos causen molestias o preocupación. Queremos que nos ayuden cuando lo necesitamos, que sean felices cuando nosotros lo somos, que compartan nuestras aficiones con el mismo entusiasmo con que las vivimos nosotros. No queremos que la otra persona se aburra en el cine cuando a nosotros nos está gustando la película. No queremos que evite beber cuando nosotros estamos de borrachera. No queremos que le parezca aburrida una persona que a nosotros nos parece divertida. No queremos que nuestros familiares le agobien cuando a nosotros nos guste pasar el tiempo con ellos. No queremos que no le apetezca tener sexo cuando nosotros estamos calientes.

 

 Queremos alguien que se amolde a nuestros gustos, intereses y apetencias. No queremos un copo de nieve tan especial y único que sea diferente a nuestra manera de pensar y sentir. Si tenemos amigos es porque comparten al menos una parte de nuestras vivencias, les gusta el mismo ocio que a nosotros, la misma música que a nosotros, los mismos lugares que a nosotros. Ese es el principio al menos, luego con el paso del tiempo se comparten experiencias, se crea el lazo de confianza, se refuerza el cariño y la amistad es verdadera, puede serlo. También puede seguir tan tenue como al principio y al final disiparse o no cambiar en absoluto con el paso de los años y un día darte cuenta que hace un montón que no sabes de esa persona pero tampoco hasta notado que haya pasado tanto tiempo.

 

 Pero el inicio es realmente así de simple. Que al otro le guste bailar, como a ti. Que le guste beber, como a ti. Que le gusten las películas de ciencia ficción, como a ti. O que te diga “hola”, “hola”, “¿que haces?” “dibujo” “mola, yo también dibujo”.

 

 Desde luego si la cosa es “hola” “hola” “¿que haces?” “dibujo” “puf, que coñazo”, no empezamos bien. Por eso uno no puede decir nunca “que horror de vestido” “no me parece bien lo que estás haciendo” “me aburre un montón esto” “que mal me cae tu primo” si quiere empezar una amistad. O si quiere mantenerla.

 

 Yo he pensado siempre que ser sincero era la base de cualquier relación. Si algo no iba bien hablarlo, no ocultarlo, no esquivarlo. Y no es algo fácil, el miedo instintivo a dejar de gustarle a la otra persona sólo puede ser superado cuando te gusta tanto y crees que es tan sincero lo que sientes que sacas fuerzas para superar ese miedo porque sabes que la otra persona también estará sacando fuerzas para evitar la primera reacción, que siempre es rechazar frontalmente la discusión, evitarla, dejarla pasar, aunque uno esté incómodo prefiere no decir nada y confiar en que la situación se resuelva sola. Cuando una relación es fuerte afrontas los problemas junto a la persona a la que quieres y tratas de arreglarlos.

 

 Al menos eso pensaba yo que era lo ideal, la situación que se daba. Claro que no habiendo tenido nunca una relación de tal profundidad no puedo asegurarlo.

 

 Digo que esta es la manera en la que creía que había que actuar “en todas las relaciones” pero puede que no sea totalmente cierto. Al fin y al cabo, las personas evolucionan pero nunca se encuentran satisfechas. Cosas que antes eran banales de repente empiezan a parecerte importantes y por tanto algo que antes no te molestaba puede molestarte ahora. O al revés, cosas que antaño era motivo de discusión y conflicto se suavizan con el tiempo y dejan de ser relevantes. Pero también hay casos en que situaciones que siempre te molestaron te siguen molestando. Así que una doctrina de sinceridad continua puede resultar en una discusión crónica sobre cierto tema. Y todo el mundo se cansa de eso al final, más pronto o más tarde dependiendo del aguante general que posea. En el fondo tal vez sea lo mejor, si no eres capaz de adaptarte a una relación compartida, es mejor dejarla, ¿no? Si no eres feliz, ¿por qué callar? Confiamos en que el tiempo suavice las aristas, pero puede que eso no pase y la herida no cure, sino que el dolor se haga una constante y ya no recordemos lo que era no tener el dolor de esa herida que día tras días pica.

 Pero es duro estar sólo, es duro romper una relación. Cualquier relación, incluso la peor, tiene sus buenos momentos y pueden ser muy buenos, que sean escasos no es determinante para su calidad. Por eso callamos cosas. Por eso mentimos blancamente, maquillamos la verdad, escondemos la tensión, ocultamos las preocupaciones y molestias.

 Lo llamamos convivencia, porque se supone que un grupo de personas, sean 2 o 2000 millones, deben poder pasar por el mundo sin machacar al de al lado porque sus gustos, opiniones y modos de ver la vida varíen respecto a los nuestros.

 Pues bien, claro está que el mundo no funciona así. En el fondo todos pensamos que nuestra opinión es la válida, la real, la que otros deberían adoptar, no que tengamos que adoptar la de otro. Es un esfuerzo valiente aceptar que nos equivocamos y variar nuestro modo de pensar. Y desde luego no lo hacemos para todas las cosas en la vida, al que acepta todo lo que le dice otro y lo hace suyo se le llama “borrego” o en términos menos peyorativos “falto de opinión propia”, al que impone siempre su criterio lo llamamos “dictador”, “intransigente” o decimos que “sabe convencer”. Ambos extremos suelen estar mal vistos y se considera adecuado ceder en algunas cosas y mantenerse firme en otras. Lo que no te dicen es en cuales hay que hacer cada cosa…

 

 En resumen. Me he equivocado todos estos años. Decir siempre lo que se piensa, expresar siempre tu opinión, querer discutir las cosas que te incomodan… sólo sirven para que te quedes sólo.“El raro”, “El protestón”, “El insatisfecho”, “Quejica” son sólo algunas de las cosas más suaves que me han llamado y no quiero ni pensar en cómo me llamaran cuando no les oigo. Poco a poco la gente tiende a apartarse, no hay más que mirar este blog, actualmente debe haber sólo una o dos personas que lo lean (si llega), porque aquí no me contengo, aquí expreso, protesto, me quejo, opino y fantaseo sinceramente, muchas veces escribo sólo para mí, sin pararme a pensar quien lo leerá o si le molestará lo que lea. Y nadie aguanta mucho a alguien que constantemente protesta de lo que pasa o le pasa y se queja de todo. Y eso teniendo en cuenta que muchas veces cuando escribo aquí es justo cuando me ha pasado algo y por tanto estoy en caliente sobre el tema, con una reacción más visceral de la que luego permanece una vez el paso del tiempo templa el asunto. O escribo sobre la impresión del momento, con los datos que poseo, información incompleta. O sobre todo, no cuento todo lo que me pasa. Es curioso como uno está más dispuesto a escribir sobre lo malo que le pasa que sobre lo bueno, con lo que este blog en realidad no refleja todas mis vivencias y pensamientos, para eso debería escribir cada día al menos un par de veces o tres o mil.

 Es decir: este blog también miente a veces, yo también miento algo aquí.

 

 Pero bueno, da igual. El blog es el blog y lo que yo pienso es que tengo que empezar a mentir blancamente en la vida. Decir que “estoy bien”, que “no tengo preocupaciones que me quiten el sueño”, que “no pasa nada si no te veo”, que “seguro que pronto nos vemos”, que “sólo quiero ser tu amigo”, que “da igual, ya llegará lo bueno”, que “por supuesto que quiero seguir con esto”… sonreír levemente y cabecear interesado.

 

 Tal vez así las relaciones que pueda tener no serán tan profundas, pero la gente dejará de alejarse de mí y no me sentiré tan solo.

2 comentarios

Cindy! -

me encanta lo que escribes!

La Dama Oscura -

Sí, todos nos pasamos la vida mintiendo, unos más que otros, sobre cosas banales y sobre cosas más serias. Si siempre se dice la verdad, todo es más complicado, y la gente con la que no hay demasiada confianza se aleja cuando escuchan algo que no es lo que quieren oír.
Las mentiras "blancas" no son malas, lo malo es abusar de ellas.

A mí me gusta este blog precisamente por eso, porque te expresas desde el corazón, sin ocultar nada, impulsivamente, sin importarte lo que dices o cómo lo dices.

Un beso y que pases una feliz navidad.