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El Salón de las Músicas Perdidas

Otra vez terminando

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No es seguro, porque pocas cosas son seguras en este mundo, pero lo más probable es que deje de trabajar en la Consejería a finales de este mes.

 

 Suprimen mi puesto. Me echan, en resumen.

 

 Objetivamente no es un drama. Sigo en la bolsa de trabajo de interinos de Auxiliar Administrativo, estoy también en una de subalternos pero esta no se mueve. En la primera es casi seguro que al día o dos días de apuntarme, me llamen para ocupar un puesto de interino en otro lugar.

 Objetivamente no es un drama. No estaré mucho tiempo en paro.

 

 Subjetivamente… Subjetivamente, emocionalmente, anímicamente, es un golpe. Recuerdo ahora con un poco de sorna cuando los primeros días de empezar a trabajar estaba incómodo, cansado, un poco asustado y un poco desbordado. Y ahora las cosas salen casi sin pensarlas. Ahora estaba acomodado y tranquilo y… por qué no osar decirlo… un poquito feliz.

 Ahora vuelven las inquietudes sobre “¿Dónde será mi nuevo lugar? ¿Cómo será la gente? ¿Cómo será el ambiente? ¿Me adaptaré?”

 La verdad es que a fuerza de ser la segunda vez que paso por esto uno ya no recibe el golpe igual. Tampoco voy a hacer una tragedia griega de esto. No he perdido nada irremplazable… bueno tal vez un poco, la gente conocida a la que uno sabe que no volverá a ver nunca o como mucho un par de veces hasta que su presencia y recuerdo se diluyan con el tiempo, hasta que como un reflejo en el agua las ondas de los días las retuerzan, emborronen y dispersen hasta que cuando se calman las aguas ya no hay… nada.

 Nos pasa muchas veces en la vida. Con familiares con los que compartías de pequeño cortas vacaciones en pueblos extraños a los que no entendías por qué tus padres te llevaban, con esas gentes que por lo visto eran parientes de tercer o cuarto grado tuyos, pero tú no los sentías nunca como tales (salvo excepciones por frecuencia, cercanía, conexión o por verse más veces a lo largo del año) sino como chicos con los que compartías juegos y descubrimientos pero que luego… luego ellos se quedaban, tú te ibas y no volvías la vista nunca atrás, con ese presente egocéntrico de los niños.

 Al menos así era para mí.

 Nos pasa también con amores (veraniegos o duraderos) que en su momento eran la vida para uno y luego a día de hoy no recuerdas ese número de móvil que te hacía saltar el corazón cuando lo veías en la pantalla del tuyo, al que tantas veces llamaste con un tornado de emociones en el alma, que te aprendías de memoria sin notarlo. O su color favorito, su comida preferida, la canción que tarareaba… todos esos detalles que te daban la vida o te la quitaron cuando todo acabó… Y ahora no los recuerdas.

 Nos pasa también con esos abuelos que perdimos siendo niños. Son recuerdos más o menos vívidos de personas que te querían con toda su alma pero tú aún no tenías muy claro por qué, porque no eran tus papis, ni tus hermanos, ni tus amigos del cole… sino que eran alguien que vivían lejos (en uno de mis casos) e ibas o venían a verte dos o tres veces al año. Y te contaban cosas, te hablaban de “sus tiempos” y tu los veías tan arrugados y tan amables y tan cariñosos… Y hoy no te acuerdas de todas sus historias. Con suerte te acuerdas de algunas pero siempre con el riesgo de que también desaparezcan. No recuerdas su colonia, la comida que te preparaban, los regalos que te hacían. Empiezas a perder el recuerdo de sus gustos, sus costumbres… E incluso si como en mi caso, una de mis abuelas fue nuestra niñera por decirlo así durante nuestros años infantiles y luego una presencia constante en mi juventud y que se desvaneció ante mis ojos en un estertor que dio paso a un silencio eterno… Incluso así, voy olvidando cosas que ya nunca podré recordar, porque quien te lo podría confirmar ya no está. Y nunca volverá.

 

 

 En la vida hay pérdidas. Y ganancias. Hay que saber afrontarlo todo, valorarlo en su justa medida, remediar lo que se pueda y encajar lo que no puede ser cambiado.

 Luego continuar caminando.

 

 Porque estoy vivo. Porque Amo. Porque tengo opciones y posibilidades. Una cosa acaba, pero no acaba todo.

 Me permito sentirme triste. Me empujo a no pararme.

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