It's wonderfull to fall
Normalmente hubiera dicho que otro día. Los miércoles es el día en que más esfuerzo meto en el gimnasio y eso me deja con las defensas mentales y físicas bajas, pero no quería estropear la cosa antes de empezar, así que acepto el desplazamiento, el callejeo por una ciudad que me es bastante desconocida y el riesgo siempre presente de varapalo emocional que conlleva quedar con ella. Voy mucho antes al gimnasio y llevo muda para cambiarme allí mismo e ir directamente a la estación de autobuses para que luego no se me haga las mil y media para volver, que al día siguiente trabajo.
La primera canción que oigo cuando el autobús sale de la estación me canta que tu amor, por sí solo, no es suficiente. Como no es al amor a lo que voy tampoco me lo tomo como ninguna profecía. La otra canción que se me queda de la docena que me da tiempo a oír en el viaje es la que yo llamo la canción del hermano perdido. Eso me preocupa un poco más, pero bueno, las canciones son sólo canciones, ¿no? Al fin y al cabo seguro que escuché alguna más halagüeña durante el trayecto, pero como tiendo a fijarme más en lo malo que en lo bueno
Al principio todo bien. No me cuesta tanto como esperaba encontrar el camino y el saludo es realmente como si todo fuera decíamos ayer. Sigo sin acostumbrarme mucho al requisito previo que hace de tomar lo humos, pero bueno, es lo que hay y empieza la sesión de lectura en la bodega.
Y las divergencias se disparan. Tal vez el cambio no es de ella. Tal vez no está más desatada que antaño, más brillante, caracoleando mucho más, más críptica, un poco incomprensible Tal vez soy yo el que en este más de año y medio ha cambiado y estoy más cerrado, más mundano, más gris, más anclado en puerto. El caso es que me cuesta entrar en materia, las cartas van surgiendo y no me dicen mucho, me pierdo en sus significados y en sus lecturas de filósofas y sus interpretaciones de rectángulos coloreados.
Menciono que me siento como el hermano pequeño que protesta porque el mayor sabe más que él. A eso sigue una amable sugerencia de dejar de valorar la relación como hermanos espirituales o místicos y es la primera patada que siento en el estómago metafórico. Aunque es cierto y justo. Tiendo en mis relaciones de todo nivel a valorar las cosas desde mi punto de vista y anhelos, unilateralmente, a establecer etiquetas que no se corresponden con el flujo bidireccional de vivencias y sólo mirarme el espejo pelusillero del ombligo. Así que aunque no me guste, he de aceptar que mi impresión era la equivocada y la amistad no necesita de elevaciones y lazos retorcidos para ser plena.
Pero la segunda patada me produce un poco de bilis y ya no paso a valorar en el momento si es veraz o justa o realista. Pues si, es probable que N. esté hasta los ovarios de mí a veces. Sé de ocasiones en las que hice daño y me arrepiento de las mismas, aunque el arrepentimiento a posteriori nunca sea mercromina ni preventivo. Tal vez debí de mencionar que cierto, debo hacérselo difícil a N. a veces, pero ella también me lo hace a mí y ambos al otro y a los de más allá. Vamos, como cualquier relación interpersonal en la vida. No sé porque siempre que estoy yo metido en una parezco la persona más obtusa del mundo y mis actos más despreciables, absurdos y por razones equivocadas que los de cualquier otro en mi parecida situación o nivel mental y emocional. Llevan toda la vida aplicándome el estímulo negativo y crítico y empiezo a pensar que no es el único incentivo que necesito. Ya está bien de tantos no es para tí. Ya se que hay muchos que no encuentran su para sí y yo igual soy uno de ellos. Pero lo que siento es real. Y querer insistirme en que no lo es, que está condenado al fracaso, que debo romperlo en vez de superarlo, en un momento en que no rige mi vida y está integrado suavemente sin producir aristas, es innecesario, redundante y sobra.
En un momento dado que ella no está el hombre de la bodega tiene una discusión con un parroquiano, una tirantez que parece venir de retazos del pasado enraizados poco a poco hasta el presente explosivo (que no de explosión, sino de explotar y decir finalmente lo no dicho) y me siento enturbiado aunque la cosa no me vaya. Tal vez por el ritual creado para la lectura por ella que me hace sentir examinador de detalles y como si todo tuviera un significado especial y relevante.
Una vez leí que las cartas del tarot pueden significar distinto para una persona que para otra en el mismo momento de echarlas. El texto sugería que la única lectura verdadera que puede hacerse era la que uno se echaba a sí mismo, la que le hacía reflexionar, explorar su propio interior. Me pareció un poco exagerado, ya que precisamente a veces el hecho objetivo de leer las cartas a alguien que no sabe como hacerlo puede aportar un componente de sinceridad y nuevos puntos de vista necesarios para resolver las dudas del solicitante.
Pero el caso es que aquel día la Lectora de la Luna (ya que como me dijo a veces es M. a veces C. nunca Dragón, hermana no la situación parecía pedir un nuevo modo de nombrarla y ese fue el término que me surgió, por una de las cartas de las que se apropió y por lo que estaba haciendo en ese momento) estaba creando su ritual, encomendando a su intuición y sensaciones los significados y relaciones entre las cartas, guiándose por la estética para condimentar la lectura. El resultado era curioso, divertido a ratos y aparentemente muy caótico. Empezando por las cartas representativas, que en vez de surgir ya estaban preestablecidas para ella, otorgándome la sota de oros (el descubrimiento del tesoro oculto en el interior, la carta del joven que emprende nuevos caminos, la carta de los estudiantes) y para ella misma el arcano 13, el Arcano sin nombre de los antiguos tarots que no quería atraer la mala suerte, cuando eran simples cartas de juego y no de adivinación, cuando eran regalos hechos a mano para bodas de poderosas familias y no quedaría muy diplomático atraer la mala suerte mentando al fin de las cosas, Lamorte, la Muerte, el esqueleto del fin natural de las cosas. No es la única carta que se adjudica y cuando surgen retira para su siniestra personal el Sol, la Luna (que es la primera que surge del mazo y se queda) y las Estrellas. ¿Se queda también con el Diablo? No lo recuerdo, algo pasa con esa carta, yo quería colocarla y no recuerdo si le dio la vuelta boca abajo o la apartó o algo así No había orden, al menos para mí, aunque el caos no es malo, es creador, el Orden puro no innova, siempre va a lo mismo, mientras que el Caos surge, experimenta, evoluciona, a veces se marchita implotando sobre sí mismo, a veces florece más de lo imaginado.
Pero ese día no estoy yo caótico y me quedo confuso con muchas de las interpretaciones y recovecos que ella hace aflorar. Recuerdo al Emperador en el nordeste pisando el vientre de la Emperatriz en el sudoeste inclinado. Recuerdo al Ermitaño en el sur, el Carro al norte. Tal vez la Templanza al este, tal vez el Loco al noroeste, esas dos cartas las tengo brumosas. En la cruz personal de cuatro cartas que me pide que extraiga para complementar la sota de oros, el Ahorcado al norte se alza sobre el Juicio o el Mundo al sur, no recuerdo. En el este la Fuerza bate a la Torre en el oeste intentando alcanzar el tablero principal, y aquí está la raíz del asunto, la carta más cercana a la cruz personal, la carta del sudeste, es los Enamorados. Y una carta se cuela fuera de los lugares establecidos, ella sola en todo el tablero en un lugar que parece fuera de lugar, el Mago está entre la carta central de la Sota de Oros y los Enamorados. La Lectora de la Luna lo interpreta como bueno, me habla de que las cartas deben mirarse según el tarot de Marsella aunque no sea el que estemos usando en ese momento. Y el chirrido se establece en mi subconsciente y me hace descolocarme, hay algo mal, algo no encaja. En ese momento es cuando hago el comentario de que soy la roca de Sísifo y un día ella se cansará de bajar a buscarme, comentario nacido de esta inquietud que me llena de repente. De hecho la conversación final de la lectura, el breve paseo posterior y la despedida, estoy como un poco ausente, preocupado.
Y se produce el segundo chirrido. Al irme me pide que siga las flechas que surgirán al caminar. Intento hacerlo y el resultado es que me pierdo. Llego a un parque que no es el parque que busco, más pequeño, descolocado. Dos amables señoras me orientan hacia la ría y retomo el sendero, esta vez sin seguir flechas y llego a la estación un minuto tarde para ver partir el autobús, con lo que tengo que esperar al siguiente mientras la extraña sensación se va asentando en la boca de mi estómago. Y curiosamente en Oviedo, de vuelta a casa, todos los semáforos que encuentro están en verde, invitándome a pasar. Me siento en mi lugar.
Es un par de días después cuando leo algo que me sorprende. En el tarot Marsella el Mago no es tal Mago. Es un Bateleur. También llamado Mountebank en las versiones francesas, la traducción aproximada del término sería vendedor de humo. Eran personas que montaban su mesa (montambanco es el término original italiano) y en ella vendían pociones, amuletos y supuestas curas milagrosas a la gente en los campos y ciudades. A la mente acude fácilmente la imagen de los vendedores de aceite de serpiente que recorrían el Lejano Oeste en los western para explicar el término.
En los inicios de los naipes del tarot, esta carta representaba al alquimista que en verdad no lo era, al charlatán, al atrapacrédulos. Era la segunda carta con menos valor del juego, sólo ligeramente superior al Loco. Cuando en el siglo XVIII el tarot empezó a ser usado como medio de adivinación, fue cuando la carta se transformó en un Mago real, en la representación de la persona que comprende, que entiende el universo y sus flujos, que puede acceder a las fuerzas ocultas.
Pero no es eso lo que me inquietaba aquel día en aquella ciudad, porque durante la lectura no sabía aún ese origen de la carta. Lo que me perturba, es que me acordaba que en el Tarot Marsella, el aún Mago todavía no Bateleur está dando la espalda a la parte izquierda y mira por encima de su hombro como con sorna. Y la imagen de la Sota de Oros en el centro, el Mago a su derecha y los Enamorados a la derecha del todo, se me hace como la imagen de un hombre que impide que la Sota llegue a los Enamorados, un obstáculo para alcanzar el amor.
Por eso días más tarde le dije a la Lectora cuando llamó que quería alejarme de la magia, renunciar a su poder.
Y se despidió en 3 segundos, tal vez para siempre. Y la echaré de menos.
Pero hice lo que sentía. Le había dicho que quería poder decir las cosas tal como estaban en mí, sin tener que temer que mi interlocutor se enfadara. Así lo hice, el final fue malo, pero fui sincero.
Nunca he llegado a hacer el viaje de Promethea (obra de Alan Moore) por el camino de los sefirot. Nunca he llegado a integrar filosofía y mística en mis procesos, coqueteé con ellos, tal vez empecé a rascar la superficie, algunas cosas las entendía, otras creía entenderlas. La magia me sorprendía, asustaba, divertía, inquietaba, fascinaba. Pero nunca fui mago. Como nunca seré muchas otras cosas, dibujante por ejemplo, o escritor. Pero estas dos cosas si quiero intentar serlas. Y amante también, aunque no lo sea.
Le conté cuando quedamos que pensaba que empezaba a ser feliz. Con la realidad, con la gente que me rodea y quiero, capeando los combates cotidianos y los miedos diarios nacidos del paso del tiempo. Con mi simple y banal trabajo. Durante años busqué la magia y había momentos buenos y momentos malos. Pero no encontré las puertas para abrir que me condujeran a lo mejor. ¿Tal vez lo dejé demasiado pronto y el camino era más largo para llegar a buen puerto? ¿Tal vez lo retomaré un día y habré perdido a la mejor guía que podría desearse? Tal vez. Pero ahora es correcto en mi interior.
También fue días después cuando me dí cuenta que no pude o supe hablarle de las nuevas músicas del Salón, de los nuevos escritos, dibujos, anécdotas En vez de eso le hablé de más de algo sobre alguien que no tenía derecho a contar por no ser mi vivencia sino la de esa otra persona, con la cual ya me he disculpado. Qué poco revelé sobre mí aquel día Que no es todo lo que soy lo que está en las letras de este lugar, sólo parte. Que había cosas que explicar tal vez.
Pero sea. La vida no admite segundas tomas. Esta toma es buena, aunque no sea la mejor. Y mi camino va por otros senderos.
Y como otra canción escuchada cuando volvía a casa aquel día en el autobús, a veces es maravilloso caer.
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Carmen tu amiga/ María yo misma -