Atravesado por la flecha
"Atravesado por la flecha" es un comic de Luis Durán.
Bernard fue llevado por su padre a una abadía cuando era niño. Allí aprendió a leer y escribir, pero sobre todo a dibujar. Aunque al abad le hubiera gustado que Bernard dedicara su arte a pías imágenes, al niño le aturdían las imágenes de mártires y crucificados. Así que dibujaba sus sueños.Los paisajes que veía, las figuras que los poblaban. Y sobre todo la figura de un hombre embozado, montado a caballo, recorriendo los caminos.
Cuando su padre murió de fiebres, Bernard tuvo que dejar el convento. Y dejó de recordar sus sueños, así que no dibujó más en el libro. Siguió los pasos de su padre y se hizo herrero.
Después llegaron las guerras.
Ha pasado el tiempo. Bernard es ahora un bravo guerrero al servicio del duque de Borgoña. Su valor y arrojo en batalla es reconocido y admirado por todos.
Durante el asedio de una ciudad, Bernard se encuentra ante un grave problema. Una flecha se ha clavado en su pecho. Gracias a su armadura, no le ha matado al instante. Pero la punta de la flecha es ganchuda, una artimaña habitual en el "noble" arte de la guerra, para que el extraerla cause gran dolor e incapacitación en aquel en la que se clava, incluso la muerte por desangramiento.
Y esa es la situación de Bernard. La flecha no puede ser extraida, destrozaría las venas. Y si es dejada dentro, la infección le matará en unos días.
Bernard se enfrenta a la muerte. Aunque aún hay una leve esperanza. Junto con sus amigos el veterano Donatus y el joven e impetuoso Émile, Bernard deserta. Van en busca de un lugar que Donatus les ha narrado muchas veces, cuando siendo niño y acompañando a su padre encontraron un valle maravilloso oculto en la costa al norte, donde no son conocidas las guerras ni las enfermedades, donde las ballenas van a morir a sus playas y donde hay plantas curativas milagrosas que tal vez puedan curar la herida de Bernard.
Su deserción causa ira en el duque de Borgoña, Bernard ha sido un vasallo fiel y es admirado por las tropas, muchos podrían seguir sus pasos si incluso alguien tan fiel se da cuenta de que el asedio costará demasiadas vidas. Así que envía al caballero Langedoc, superior y amigo de Bernard en su busca, juntos con varios soldados, para que traiga la cabeza del desertor.
Los tres compañeros siguen su marcha y a pesar de que las guerras han acabado para ellos, ayudan a unos zíngaros asaltados por soldados saqueadores errantes. El zíngaro y su hija Hoja, admirado de que alguien se preocupe por ellos, seres despreciados por la sociedad y tildados de brujos y nigromantes, deciden seguirles, aconsejados también por las tabas que usan para echar la buenaventura. Son expertos en hierbas curativas al haber tenido siempre que arreglarselas por su cuenta, tratan como pueden la herida de Bernard, esa flecha saliendo de su pecho, pero confirman el primer diagnóstico. Sacar la flecha es extremadamente peligroso y dejarla donde está mortal con el tiempo. También identifican la figura del libro de sueños de Bernard. Es Manoch Paním, protagonista de una leyenda zíngara. Manoch Paním era un campesino que vivía con su hijo en un pueblo, que fué arrasado por una tropa de saqueadores. Mataron a todos y desde entonces el alma de Manoch Paním recorre el mundo de los sueños y la oscuridad en busca del alma de su hijo, guiando a los niños que se encuentra por el camino para salir del reino de las pesadillas.
Al sueño de la comitiva de encontrar ese valle maravilloso donde no hay guerras ni penas se une un bufón que lidera una troupe de titiriteros, así como más y más gente, admirada por el milagro de un hombre con el pecho atravesado por una flecha que sigue entre los vivos y la esperanza de ese lugar soñado. Más y más gente, hasta formar una multitud.
Langedoc y sus hombres, en su camino, se encuentran con mil historias de esa comitiva fantástica que se está formando y que empieza a ser elevada por los campesinos de la comarca al rango de leyenda. Langedoc piensa que además de terminar con una guerra ajena, Bernard ha empezado una propia, una guerra contra el mundo.
Bernard cae de la montura. La fiebre hace arder su cuerpo. Durante esa noche la comitiva descansa en el lugar. A Bernard, entre las brumas de la fiebre, le parece ver un jinete vigilando a la comitiva desde una colina. La gente empieza a creer que es un iluminado, que su herida es mágica. Empieza a pedirle permiso para tocar el ástil que surge de su pecho como si fuera una reliquia.
Durante la noche Émile se acerca a un pueblo cercano. Bebe, juega a los dados, se deja mimar por las prostitutas. Al perder el dinero a los dados no se puede quedar tanto como las prostitutas y él querrían.
Nunca vuelve a la comitiva. Es asesinado por dos cazadores de recompensas que buscan a los desertores del ejército del duque de Borgoña. Le cortan las manos como prueba de su fechoría y huyen, pensando que ya no tendrán ocasión de cazar a Bernard, ahora que la muerte de su amigo le avisará de que está siendo vigilado. Langedoc encuentra el cadáver de Émile y sabe que está cerca de su objetivo.
Bernard empieza a tener dudas. Han recorrido muchas leguas, muchas jornadas. Pregunta a Donatus si está aún lejos el valle soñado. Viendo vacilaciones en su amigo, le presiona y descubre la amarga verdad.
La historia del valle, es sólo un sueño, una fantasía de un niño. Una historia hermosa en la que Donatus querría creer pero que no es real. Bernard se enfada. Decide decirles a los que les siguen la verdad.
Pero ve sus ojos. Los ojos del zíngaro y su hija Hoja. Los ojos del bufón y los titiriteros. Los ojos de los campesinos que se han unido progresivamente a su marcha. Ojos ancianos, jóvenes, de mujeres, de hombres... ojos llenos de sueños y esperanzas.
Y Bernard no puede matar esa esperanza. Recuerda lo que es tener sueños, ilusión, esperanza. Así que lo que dice, en vez de la verdad, es que pararán en ese lugar junto al bosque esa noche. Luego se interna en el bosque, se recuesta contra un árbol...
...y se arranca la flecha del pecho.
Con un río carmesí brotando de la herida, sus piernas le fallan, cae sentado contra el árbol. A través de sus párpados que se cierran ve acercarse un jinete. Un jinete embozado que descabalga a su lado. Manoch Paním.
"Vengo a ayudarte" dice la misteriosa figura.
"¿Ayudarme...a...a qué?" jadea Bernard.
"A despertar"
A lo lejos baten las olas y las hojas caen.
Langedoc y sus soldados alcanzan la comitiva. Ante sus preguntas le señalan una tumba reciente, donde la espada de Bernard sirve de lápida. La flecha que atravesó su pecho durante días la lleva Hoja ahora como un colgante sobre su jubón. A la pregunta sobre el paradero de Donatus, Hoja responde que murió días antes, demasiado viejo para tal viaje. Langedoc guarda silencio. Y ante la temblorosa expectación de un Donatus escondido en uno de los carros, Langedoc habla.
"Decidle que continue así."
"¿Como señor?" pregunta Hoja.
"Muerto"
Hoja le echa las tabas a Langedoc y le augura una victoria militar en breve plazo de tiempo. Langedoc se rie y se despide. Pero Hoja no le ha contado todo. Las tabas también predecían la muerte de Langedoc durante esa victoria.
"¿Entonces por qué le has hablado de victorias?" pregunta el padre de Hoja.
"No lo sé. Quizás porque a su manera el también busca...una costa mágica" responde la muchacha.
Hay unos niños junto a una costa que lamen las olas y recorren algunos cangrejos. Saludan la llegada de un niño nuevo, mientras un jinete junto a ellos espera para guiarles. Antes de emprender la marcha se numeran para asegurarse de que están todos.
"Uno...dos...tres...cuatro...cinco...seis..."
"Siete" dice el espíritu de Bernard, convertido otra vez en niño.
Y las olas baten la costa.
Bernard fue llevado por su padre a una abadía cuando era niño. Allí aprendió a leer y escribir, pero sobre todo a dibujar. Aunque al abad le hubiera gustado que Bernard dedicara su arte a pías imágenes, al niño le aturdían las imágenes de mártires y crucificados. Así que dibujaba sus sueños.Los paisajes que veía, las figuras que los poblaban. Y sobre todo la figura de un hombre embozado, montado a caballo, recorriendo los caminos.
Cuando su padre murió de fiebres, Bernard tuvo que dejar el convento. Y dejó de recordar sus sueños, así que no dibujó más en el libro. Siguió los pasos de su padre y se hizo herrero.
Después llegaron las guerras.
Ha pasado el tiempo. Bernard es ahora un bravo guerrero al servicio del duque de Borgoña. Su valor y arrojo en batalla es reconocido y admirado por todos.
Durante el asedio de una ciudad, Bernard se encuentra ante un grave problema. Una flecha se ha clavado en su pecho. Gracias a su armadura, no le ha matado al instante. Pero la punta de la flecha es ganchuda, una artimaña habitual en el "noble" arte de la guerra, para que el extraerla cause gran dolor e incapacitación en aquel en la que se clava, incluso la muerte por desangramiento.
Y esa es la situación de Bernard. La flecha no puede ser extraida, destrozaría las venas. Y si es dejada dentro, la infección le matará en unos días.
Bernard se enfrenta a la muerte. Aunque aún hay una leve esperanza. Junto con sus amigos el veterano Donatus y el joven e impetuoso Émile, Bernard deserta. Van en busca de un lugar que Donatus les ha narrado muchas veces, cuando siendo niño y acompañando a su padre encontraron un valle maravilloso oculto en la costa al norte, donde no son conocidas las guerras ni las enfermedades, donde las ballenas van a morir a sus playas y donde hay plantas curativas milagrosas que tal vez puedan curar la herida de Bernard.
Su deserción causa ira en el duque de Borgoña, Bernard ha sido un vasallo fiel y es admirado por las tropas, muchos podrían seguir sus pasos si incluso alguien tan fiel se da cuenta de que el asedio costará demasiadas vidas. Así que envía al caballero Langedoc, superior y amigo de Bernard en su busca, juntos con varios soldados, para que traiga la cabeza del desertor.
Los tres compañeros siguen su marcha y a pesar de que las guerras han acabado para ellos, ayudan a unos zíngaros asaltados por soldados saqueadores errantes. El zíngaro y su hija Hoja, admirado de que alguien se preocupe por ellos, seres despreciados por la sociedad y tildados de brujos y nigromantes, deciden seguirles, aconsejados también por las tabas que usan para echar la buenaventura. Son expertos en hierbas curativas al haber tenido siempre que arreglarselas por su cuenta, tratan como pueden la herida de Bernard, esa flecha saliendo de su pecho, pero confirman el primer diagnóstico. Sacar la flecha es extremadamente peligroso y dejarla donde está mortal con el tiempo. También identifican la figura del libro de sueños de Bernard. Es Manoch Paním, protagonista de una leyenda zíngara. Manoch Paním era un campesino que vivía con su hijo en un pueblo, que fué arrasado por una tropa de saqueadores. Mataron a todos y desde entonces el alma de Manoch Paním recorre el mundo de los sueños y la oscuridad en busca del alma de su hijo, guiando a los niños que se encuentra por el camino para salir del reino de las pesadillas.
Al sueño de la comitiva de encontrar ese valle maravilloso donde no hay guerras ni penas se une un bufón que lidera una troupe de titiriteros, así como más y más gente, admirada por el milagro de un hombre con el pecho atravesado por una flecha que sigue entre los vivos y la esperanza de ese lugar soñado. Más y más gente, hasta formar una multitud.
Langedoc y sus hombres, en su camino, se encuentran con mil historias de esa comitiva fantástica que se está formando y que empieza a ser elevada por los campesinos de la comarca al rango de leyenda. Langedoc piensa que además de terminar con una guerra ajena, Bernard ha empezado una propia, una guerra contra el mundo.
Bernard cae de la montura. La fiebre hace arder su cuerpo. Durante esa noche la comitiva descansa en el lugar. A Bernard, entre las brumas de la fiebre, le parece ver un jinete vigilando a la comitiva desde una colina. La gente empieza a creer que es un iluminado, que su herida es mágica. Empieza a pedirle permiso para tocar el ástil que surge de su pecho como si fuera una reliquia.
Durante la noche Émile se acerca a un pueblo cercano. Bebe, juega a los dados, se deja mimar por las prostitutas. Al perder el dinero a los dados no se puede quedar tanto como las prostitutas y él querrían.
Nunca vuelve a la comitiva. Es asesinado por dos cazadores de recompensas que buscan a los desertores del ejército del duque de Borgoña. Le cortan las manos como prueba de su fechoría y huyen, pensando que ya no tendrán ocasión de cazar a Bernard, ahora que la muerte de su amigo le avisará de que está siendo vigilado. Langedoc encuentra el cadáver de Émile y sabe que está cerca de su objetivo.
Bernard empieza a tener dudas. Han recorrido muchas leguas, muchas jornadas. Pregunta a Donatus si está aún lejos el valle soñado. Viendo vacilaciones en su amigo, le presiona y descubre la amarga verdad.
La historia del valle, es sólo un sueño, una fantasía de un niño. Una historia hermosa en la que Donatus querría creer pero que no es real. Bernard se enfada. Decide decirles a los que les siguen la verdad.
Pero ve sus ojos. Los ojos del zíngaro y su hija Hoja. Los ojos del bufón y los titiriteros. Los ojos de los campesinos que se han unido progresivamente a su marcha. Ojos ancianos, jóvenes, de mujeres, de hombres... ojos llenos de sueños y esperanzas.
Y Bernard no puede matar esa esperanza. Recuerda lo que es tener sueños, ilusión, esperanza. Así que lo que dice, en vez de la verdad, es que pararán en ese lugar junto al bosque esa noche. Luego se interna en el bosque, se recuesta contra un árbol...
...y se arranca la flecha del pecho.
Con un río carmesí brotando de la herida, sus piernas le fallan, cae sentado contra el árbol. A través de sus párpados que se cierran ve acercarse un jinete. Un jinete embozado que descabalga a su lado. Manoch Paním.
"Vengo a ayudarte" dice la misteriosa figura.
"¿Ayudarme...a...a qué?" jadea Bernard.
"A despertar"
A lo lejos baten las olas y las hojas caen.
Langedoc y sus soldados alcanzan la comitiva. Ante sus preguntas le señalan una tumba reciente, donde la espada de Bernard sirve de lápida. La flecha que atravesó su pecho durante días la lleva Hoja ahora como un colgante sobre su jubón. A la pregunta sobre el paradero de Donatus, Hoja responde que murió días antes, demasiado viejo para tal viaje. Langedoc guarda silencio. Y ante la temblorosa expectación de un Donatus escondido en uno de los carros, Langedoc habla.
"Decidle que continue así."
"¿Como señor?" pregunta Hoja.
"Muerto"
Hoja le echa las tabas a Langedoc y le augura una victoria militar en breve plazo de tiempo. Langedoc se rie y se despide. Pero Hoja no le ha contado todo. Las tabas también predecían la muerte de Langedoc durante esa victoria.
"¿Entonces por qué le has hablado de victorias?" pregunta el padre de Hoja.
"No lo sé. Quizás porque a su manera el también busca...una costa mágica" responde la muchacha.
Hay unos niños junto a una costa que lamen las olas y recorren algunos cangrejos. Saludan la llegada de un niño nuevo, mientras un jinete junto a ellos espera para guiarles. Antes de emprender la marcha se numeran para asegurarse de que están todos.
"Uno...dos...tres...cuatro...cinco...seis..."
"Siete" dice el espíritu de Bernard, convertido otra vez en niño.
Y las olas baten la costa.
7 comentarios
Androgen a La Dama Oscura -
Un beso :)
La Dama Oscura -
Es preciosa.
Besos.
Androgen a Iris -
La muerte no es buena. Es tristeza, final, interrupción. Puedo aceptar que acaba con el dolor, que nos hace valorar mas los momentos de felicidad porque todo, al tener un fin, tiene un impulso que nos hace buscar lo bueno.
Pero no voy a considerarlo algo necesario nunca.
En fin, supongo que te estarás dando de cabezazos en la pared por lo cabezota que soy, ya sabes, tienes mucho que compartir conmigo y enseñarme, mi amor :)
Un beso largo, profundo, lento...
Androgen a Imaginate -
Es una canción.
Un abrazo fuerte
imaginate -
Y sentí rabia... tal vez no por mí sino por el sueño roto de otra niña, una a la que sí quería...
Preciosa y mágica historia Fer :)
un abrazo
Iris -
(hoy la tecnologia no me ha dejado decirte cuanto te quiero..) mil besos en procesión, uno detrás de otro, de Iris.
Iris -