El presente era mas esperanzador como futuro
Uno siempre está planeando grandes o pequeñas cosas que saldrán bien. Puedes ser realista y saber que conllevará un esfuerzo mediano o extenuante, o puedes ser uno de esos que va haciendo camino al andar y sorteando baches según surgen de la manera que le pida el cuerpo al instante. Pero sea como sea sabes a donde quieres llegar y esperas llegar, sino no te pondrías en camino. Y cada buena cosa que te ayuda en tu caminar es un apoyo más para que continúes y te digas “va a ser bueno”.
Luego resulta que no lo es.
No dudo que mucha gente piense sienta y diga “fue mejor de lo que esperaba” o “tan genial como suponía”. Pero lo habitual es que te quedes con una carita de haber tomado la última cucharada de helado sin ser consciente de que se acababa. Que te quedes con ese gesto de coito prematuramente terminado por parte de la otra persona cuando mejor lo estabas pasando que te deja pensando (o diciendo) “¿ya?”.
Vamos, que las cosas no salen exactamente como planeabas en el pasado, cuando el pasado era presente y te decías que iba a ser genial lo que venía.
Y toda esta disertación a cuenta de que una vez más N. estuvo ilocalizable el fin de semana.
No es la primera vez ni será la última. Llamo a su móvil y está apagado o directamente no lo coge. Pienso que estará ocupada o durmiendo o sin ganas de cogerlo en ese momento y espero que me llame o me escriba y eso no sucede y paso el fin de semana esperando algo que no llega. Si llamo a su casa o me dicen que está durmiendo o que no está. Los mensajes no los responde. Da igual si hago uno o cinco intentos. Que nada oye, que no hay manera. Ni siquiera por curiosidad para saber por qué la llamaba. O para charlar un ratito aunque no quiera quedar. Esas cosas que no sólo hacen las parejas sino también los amigos. Recuerdo que hace un par de años hablábamos media hora al menos por teléfono los domingos, para contarnos un poco la vida, cómo nos había ido, que tal lo habíamos pasado, cómo se planteaba la semana entrante…
Me ha dicho que a veces (cada vez más frecuentes) le dan esas venadas de aislarse, no querer saber nada de nadie sea quien sea, amigo o amante, amable o pesado, habitual o circunstancial y que si no es que no, que ella es así y que si alguien la quiere tiene que aceptarla así.
Lo que dice siempre vamos. Yo sigo pensando que es una actitud un poco dictatorial. “Yo no me muevo de donde estoy, mi islita con muro alrededor, tú haz el camino hasta aquí y ya veré si te dejo entrar cuando llames”.
Y es un pensamiento un poco muy injusto. El miércoles mismamente me acompañó al taller que suele ir ella para los pequeños arreglillos para que pusiéramos en mi coche el retrovisor de segunda mano que había comprado en el desguace. Vino desde Gijón, de currar, con el poco tiempo que tenía para comer, comió poco y tarde, tuvo que irse deprisa y corriendo al final… todo por acompañarme, algo a lo que no estaba obligada.
Por eso no lo entiendo. A veces araña unos minutos el poco tiempo que tiene para verme un rato, para compartir un rato conmigo. Otras veces tiene horas y horas y no hace nada por quedar, ni siquiera por charlar aunque sea 5 minutos por teléfono. Supongo que a todos nos pasa ese a veces esforzarse y a veces no. Pero me sigue confundiendo, me sigue haciendo sentir raro, me sigue deprimiendo un poquito a veces. Y sigue siendo ella la que marca el ritmo, en función de como se sienta y lo que le apetezca. Sigo sin poder influir en ella ni un poco, al menos esa es la sensación que tengo, que no puedo hacerla desviarse ni un poquito a ver el paisaje del camino, por así decirlo. Sigo yendo en el remolque, mirando hacia adelante y esperando, considerando cada detalle bueno como anuncio de un futuro mejor. Y luego el futuro se hace presente y no es tan bueno como esperaba…
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