Mudanzas
(unas notas aclaratorias iniciales, porque supongo que me iré por las ramas del dramatismo mientras escribo y no quiero que tengais una idea equivocada de lo que es. Cuando la salud de mi yaya empeoró, la trajimos a la casa familiar, a la habitación semivacía de mi hermana. Al traer sus cosas resultó que el ya de por sí pequeño espacio que compartíamos los dos padres y cuatro hijos que quedábamos en la casa de cuatro habitaciones se redujo aún más. Como solución temporal, mi yaya nos pagaba un piso de alquiler mientras ella estuviera. Mis padres encontraron que dos pisos más abajo una de las casas estaba de alquiler, dos habitaciones, algo cara pero por no mirar más ahí nos fuimos mi hermano mayor y yo, llevándonos nuestras cosas y liberando un espacio totalmente necesario para los que se quedaban en el sexto piso. Cuando mi yaya murió se proyectó reformar la habitación y que yo me quedara en ella, mi hermano mayor seguirá compartiendo habitación con el que antes la compartía hasta que terminen de construir el piso que ha comprado, en unos cinco meses. Así que no me hagais mucho caso si me quejo del esfuerzo del traslado)
Ya sólo quedan unas pocas cosas de ropa y otros cachivaches que subir al sexto. Estoy sentado rodeado de todos mis libros y cosas otra vez, en una habitación que al fin puedo llamar mía (ilusión de la mente, no la he pagado yo como mi amable progenitor me recordó a gritos ayer instándome a irme si no estaba conforme con que me grite día tras día).
Es el segundo traslado de todas mis cosas en año y medio y es curioso ver la cantidad de trastos que se acumulan. Tiendo a resistirme a tirar las cosas que sé sin dudas que son basura, o a ordenar un poco por ejemplo escribiendo en un sólo papel las notas que tengo repartidas en docenas para liberar sitio.
Basura... tal vez he sido un poco osado al llamarlo así. No son basura las cosas que no tiro, son recuerdos. Como si necesitara un soporte físico para recordar, como si creyera que algo que quiero o no quiero olvidar simplemente por tirar aquello que nos lo recuerda, sucederá el milagro. Ojalá. Pero sé muy adentro que no es así. Puedo tirar el papel donde está apuntado el teléfono de Katja, o la carta que me escribió con la huella de sus labios. Pero no podré olvidar las tres veces que me colgó el teléfono o la llamada del perturbado de su novio a mi casa amenazándome. Notas, teléfonos, papeles, cartas... Ayer tiré unas cuantas, casi todo recuerdo físico de mi paso por el canal de chat. Probablemente más irán a la basura pronto.
Dicen que hay maneras de olvidar las cosas, técnicas mentales o ejercicios de meditación. También creo que hay una película que trata de ese tema, un título precioso en inglés "Eternal sunshine of the spotless mind" algo así como "La eterna pues de sol de una mente inmaculada". En ella un hombre se somete a una operación para olvidar unos recuerdos que el están matando el alma.
A veces querría hacer eso, vaciar las cajas de malos recuerdos que como en una mudanza, llevamos de un sitio a otros a pesar del peso, pero sé que vivir, evolucionar, madurar no lo permite. Nos hacemos lo que somos gracias a los logros, sí. A los momentos felices. Pero también gracias a la tristeza, a los fracasos, a equivocarnos. "La letra con sangre entra" es un refrán que dice que como mejor se aprende es a palos. Si nos duele, intentaremos no volver a cometer ese error.
Así que sólo puedo tirar para adelante, como quien dice. Descansar los brazos del dolor producido por subir pesos (hay que ver como pesa la ropa, quien lo hubiera dicho), morderme el labio hasta que el dolor físico ahogue la ira de la imbecilidad paterna para no hacer algo de lo que me arrepienta, intentar recuperar la falta de sueño y tratar de hacer que este periodo de saturación domiciliaria sea más llevadero para los que más lo van a sufrir, mi hermano mayor y mi madre.
Tampoco tengo tanto de lo que quejarme.
Ya sólo quedan unas pocas cosas de ropa y otros cachivaches que subir al sexto. Estoy sentado rodeado de todos mis libros y cosas otra vez, en una habitación que al fin puedo llamar mía (ilusión de la mente, no la he pagado yo como mi amable progenitor me recordó a gritos ayer instándome a irme si no estaba conforme con que me grite día tras día).
Es el segundo traslado de todas mis cosas en año y medio y es curioso ver la cantidad de trastos que se acumulan. Tiendo a resistirme a tirar las cosas que sé sin dudas que son basura, o a ordenar un poco por ejemplo escribiendo en un sólo papel las notas que tengo repartidas en docenas para liberar sitio.
Basura... tal vez he sido un poco osado al llamarlo así. No son basura las cosas que no tiro, son recuerdos. Como si necesitara un soporte físico para recordar, como si creyera que algo que quiero o no quiero olvidar simplemente por tirar aquello que nos lo recuerda, sucederá el milagro. Ojalá. Pero sé muy adentro que no es así. Puedo tirar el papel donde está apuntado el teléfono de Katja, o la carta que me escribió con la huella de sus labios. Pero no podré olvidar las tres veces que me colgó el teléfono o la llamada del perturbado de su novio a mi casa amenazándome. Notas, teléfonos, papeles, cartas... Ayer tiré unas cuantas, casi todo recuerdo físico de mi paso por el canal de chat. Probablemente más irán a la basura pronto.
Dicen que hay maneras de olvidar las cosas, técnicas mentales o ejercicios de meditación. También creo que hay una película que trata de ese tema, un título precioso en inglés "Eternal sunshine of the spotless mind" algo así como "La eterna pues de sol de una mente inmaculada". En ella un hombre se somete a una operación para olvidar unos recuerdos que el están matando el alma.
A veces querría hacer eso, vaciar las cajas de malos recuerdos que como en una mudanza, llevamos de un sitio a otros a pesar del peso, pero sé que vivir, evolucionar, madurar no lo permite. Nos hacemos lo que somos gracias a los logros, sí. A los momentos felices. Pero también gracias a la tristeza, a los fracasos, a equivocarnos. "La letra con sangre entra" es un refrán que dice que como mejor se aprende es a palos. Si nos duele, intentaremos no volver a cometer ese error.
Así que sólo puedo tirar para adelante, como quien dice. Descansar los brazos del dolor producido por subir pesos (hay que ver como pesa la ropa, quien lo hubiera dicho), morderme el labio hasta que el dolor físico ahogue la ira de la imbecilidad paterna para no hacer algo de lo que me arrepienta, intentar recuperar la falta de sueño y tratar de hacer que este periodo de saturación domiciliaria sea más llevadero para los que más lo van a sufrir, mi hermano mayor y mi madre.
Tampoco tengo tanto de lo que quejarme.
3 comentarios
imaginate -
Androgen a Su -
Gracias por la sonrisa.
Su -
Hay días que en que me quejaría incluso de que salga el sol, porque me molesta y tengo que entrecerrar los ojos.
Animo, sonríe mucho y sigue escribiendo :-)