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El Salón de las Músicas Perdidas

De coches y esfuerzos

 

 

 

 Allá por junio, al empezar en el nuevo puesto de trabajo, al principio no sabía si salir al descanso o no. En el anterior trabajo tenía mi casa a 7 minutos de reloj. Podía ir, hacer la cama, comerme algo de fruta, descansar unos minutos y luego volver, consumiendo así la media hora de descanso sin prisas.

 Pero en el Calatrava mi casa me queda a 17 minutos (de reloj también, los funcionarios miramos mucho el reloj y medimos mucho los tiempos…) así que no puedo ir y venir como antaño.

 ¿Qué hacer entonces? Pues los dos o tres primeros días me comía mi pieza de fruta en la sala de descanso de la planta. Pero no me terminaba de convencer. Parecía algo muy…frío, muy solitario. No es que la sala sea pequeña, pero me sentía encajonado.

 Así que finalmente empecé a salir en los descansos. No iba lejos. A una plazita, casi una calle peatonal ancha cerca del edificio. Me sentaba ahí, me comía mi manzana o mi plátano… y me seguía aburriendo.

 Empecé a pensar en sacar el carnet de conducir. Con tiempo. Sin prisas. Por si alguna vez me llamaban de una bolsa de empleo del Principado que no fuera para Oviedo y tenía que desplazarme por mi cuenta o esperar largos enlaces de tren o autobús a las tantas de la mañana o con el estómago rugiendo de hambre…

 Casi como para no aburrirme en esa media hora sentado en el banco, le pedí a mi hermano mayor su viejo código de circulación (viejo porque tenía 6 años, eso es viejo con tantos cambios que se han dado…) y empecé a mirarlo. Quería tenerlo bien leído y aprendido antes de apuntarme a una academia de conducir y que ellos me dieran los últimos retoques de la teoría y sobre todo las clases prácticas, que esas si que quería darlas con profesionales.

 

 Terminó junio. Pasaron julio, agosto y septiembre. Y yo seguía leyendo mis 20 minutos de código de conducir todos los días de diario, comiendo mi manzana, sentado en el mismo banco (si podía). Salvo cuando llovía, que lo leía en otra parte, a cubierto.

 

 Perseveraba. Porque se iban añadiendo otros factores, poco a poco. Además del impulso inicial de “tengo tiempo-tengo dinero-puedo necesitarlo para no tener que levantarme a las seis de la mañana como mi hermano para ir a trabajar a otra ciudad” se unieron “quiero hacer algo de adulto bien” y sobre todo “así tal vez pueda ver más a N.”

 Porque con el cambio de trabajo de N. la empecé a ver menos. Y cuando salía lo hacía por cerca de su casa, no por Oviedo. Y no podía irme a buscar, llevarme y luego traerme de vuelta tras una noche de juerga. Ni por las horas, ni por las posibles condiciones en las que estuviéramos ambos y porque no somos pareja así que no tiene ninguna obligación de hacerlo.

 Así que en vez de esperar me reafirmé a sacar el carnet, para poder ir yo a veces donde esté ella, no esperar siempre, dar un primer paso por mi cuenta.

 

 Reafirmado mi ánimo, finalizando septiembre, como si fuera un deber por haber cumplido años, como otro escalón de crecer, aprovechando que tenía dos semanas de vacaciones, me apunté al fin a la academia.

 

 Iba al menos dos horas al día a hacer exámenes, repasando el código de circulación actualizado que me dieron, analizando los cambios, tomando nota de qué es lo que más preguntaban. Preparándome.

 

 Y tras esas dos semanas intensivas (casi ni fueron vacaciones para mí, lo único por poder levantarme más tarde) me presenté al examen el último día de vacaciones, un martes 6 de octubre.

 

 Aprobé con cero fallos.

 

 Contento si. Pero tampoco entusiasmado. Sabía que el examen teórico es una cuestión de perseverancia, es estudiar 60 páginas al fin y al cabo. Antes o después se saca, casi nadie que conozca o haya oído hablar ha tenido dificultades con él, aprobándolo a la segunda o tercera como mucho.

 Así que bien, pero no era bastante.

 

 Tuve que esperar un tiempo hasta que hubiera un hueco libre en las clases prácticas, porque estaban a tope en la academia. Una espera que terminó el día 29 de ese mismo mes, con mi primera clase. La hora a la que las daba era a las ocho de la tarde, y aquí ya estaba oscuro a esa hora. Oscuro y a veces lloviendo, empecé a aprender en una situación complicada. El primer día sólo manejar el volante, haciendo eses, empezando a acostumbrarme al movimiento, a qué cosas mirar, empezando a absorber las enseñanzas del instructor y llevarlas a la práctica.

 El segundo día ya empecé a usar los pedales. Y de ahí a no parar de aprender, incluso cuando sabía algo no podía bajar la guardia. Sentía una tremenda responsabilidad al estar al volante, aunque el instructor era experto y tienen sus pedales y saben cuando pararte. Pero aun así los nervios eran para mí inevitables. Aunque sabía que él me pararía si hacía algo mal no iba en plan “bueno, ya lo hará, yo a mi aire” sino que no quería que llegáramos al extremo de que me parara y por eso intentaba hacerlo siempre con cuidado y bien. Y tuvo que frenarme o moverme el volante muchas veces, es inevitable, al fin y al cabo por muy bien que intentara hacerlo, estaba aprendiendo.

 

 Descubrí también que no estaba dotado para ello. No es que fuera un inútil, pero cada cosa que aprendía tenía que ganármela practicando una y otra vez e incluso así a veces fallaba. No era como en las películas o los libros o incluso experiencias personales que te cuenta de gente que se le da bien instintivamente, que aprenden rápido, que han nacido para hacerlo bien.

 No, yo sólo era un chico normal en ese sentido. Si aprendía era a la manera normal, con tiempo y práctica y práctica y tiempo. No voy a negar que fue una pequeña decepción descubrir que no había nacido para ello. No es que me deprimiera o dejara de conducir por ello, pero bueno, uno siempre sueña que hay algo en lo que va a ser más que bueno, en lo que va a ser excepcional. Aunque en principio no me gustara la idea de conducir pensaba que tal vez era eso en lo que iba a destacar… pero no.

 Bueno. Seguiré buscando.

 

 La gente que consultaba, amigos, hermano, N., me decían que la media de clases que habían dado antes de intentarlo por primera vez eran entre 20 y 25 clases. Cada clase es algo menos de una hora más o menos. Y no me dije “cuando haga 20 clases me presento” o 25 o 23… sino que me dije “cuando haga 20 clases empezaré a pensar en presentarme, veré qué tal voy y lo consideraré”.

 La ventaja era que al haber aprobado el teórico a la primera tenía dos intentos en el práctico. Si suspendía la primera vez podía presentarme una segunda sin coste. Si volvía a suspender sí que tendría que volver a pagar la tasa para presentarme. Así que la gente en general te dice que si tienes dos oportunidades, la primera vez sueles ir menos nervioso pensando que tienes un segundo intento. No que apruebes seguro, de hecho poca gente aprueba a la primera, pero sí que a veces uno se siente más confiado esa primera vez y conducir es mucho de tener confianza. No de confiar en poder ir a 200 por hora haciendo eses y pensando que puedes reaccionar a lo que sea, pero si confianza para no dudar y que el coche falle en un sitio complicado o ser capaz de decirse a sí mismo “si voy con cuidado no va a pasar nada” y que sea verdad.

 

 Esa confianza la iba ganando poco a poco. Cometía fallos pero pocos eran gordos. Casi nunca implicaban que hubiera provocado un accidente o un atropello. Y poco a poco los fallos eran más de estilo (no aparcar fluidamente, no lanzarme a entrar en una rotonda en la que parecía que podía pero por si acaso…, que se me calara el coche…)

 

 Los exámenes son los miércoles y había que avisar una semana antes. Finalmente tras un par de días que lo hice bastante bien, que consideré que me quedaba más que nada pulir unas cuantas cosas, decidí presentarme. Era un martes, así que me iba a quedar el resto de la semana, y la clase del lunes y el martes antes del examen para terminar de hacer bien esas cosas que me faltaban. Cinco clases. Cinco horas prácticas. Sin problemas, pensé.

 

 Pensé mal.

 

 Los nervios impidieron la evolución. Cada día era como si fuera la primera semana de prácticas, cometiendo errores en cosas que parecía ya tener controladas, mejorando un poquito en otras cosas, pero en general haciéndolo mal. Cada día eran cuatro o cinco cosas que me harían suspender si hubiera sido el examen en vez de una clase. El viernes antes del examen el instructor me dijo que había bajado muchísimo el nivel, mostrándose claramente contrariado por verme fallar así. Mis ánimos y mi moral fallaban, empezaba a entrever un fracaso el día del examen. La gente me decía que al menos tendría otra oportunidad, me contaba como ellos también habían fallado las primeras veces, que no era una tragedia, siempre se puede volver a intentar y finalmente un día que no estés nervioso conseguirlo.

 Porque mucho de los fallos son los nervios. La teoría todo el mundo la termina aprendiendo. La práctica es cuestión de eso, de práctica. Pero cuando no te fijas en el detalle en el que sí te has fijado cien veces antes, cuando en medio de hacer algo te das cuenta que no deberías hacerlo antes de que el instructor te diga nada, cuando no consigues coordinar lo que sabes en tu mente con la ejecución en tus manos y pies… son los nervios. Es que te conviertes en tu peor enemigo. Y eso me pasaba a mí.

 

 La clase del día anterior al examen, el martes, fue un desastre. Empecé fatal y fui mejorando un poco a lo largo de la misma, pero para entonces, de ser el examen, ya estaría suspenso así que no valía. Y volví a casa ese día deprimido, porque todo parecía indicar que iba a fallar. Otra vez. “Como siempre” pensé volviendo a mis pasadas neuras…

 Esa noche, hablando por el messenger con mi amigo S. le estaba pidiendo consejos para el día siguiente, ya que siempre me ha gustado como conduce, seguro, tranquilo, efectivo. Y finalmente di voz a una de las cosas que más me estaba preocupando de la posibilidad de suspender.

 “Por una vez me hubiera gustado ser bueno en algo. No normal. Bueno. Aprobar a la primera y poder presumir un poco de ello, poder decir que conseguí algo que pocos consiguen.”

 Aprobar el teórico a la primera había estimulado esa sensación, esa sombra de arrogancia y orgullo. De algo bueno y malo, porque todos podemos ser inaguantables cuando nos ponemos chulos o presumidos, pero en mi caso sentirme orgulloso de algo no es tan frecuente y es una sensación buena, una cosa buena para mí.

 Y parecía que esa vez no iba a ser, por eso andaba triste.

 

 Nadie me exigía nada. Nadie me obligaba a aprobar a la primera. Yo mismo pensaba que mejor hacerlo bien que hacerlo rápido, sobre todo en algo tan importante como es conducir, como es tener en tus manos, en tus actos y reacciones, tu vida y la vida de quienes vayan contigo en el coche y las vidas de aquellos con los que te cruzas en otros coches o que van tranquilamente andando por la calle.

 

 Siguiendo el consejo del instructor y de N. traté de calmarme con unas valerianas (la primera vez que yo recuerde en mi vida que tengo que depender de mejunjes externos para los nervios… ni siquiera en los exámenes de la facultad o las oposiciones llego a tales extremos de nerviosismo que lo necesite…) y me fui a dormir pronto, queriendo hacerlo bien al día siguiente pero admitiendo al fin que el fallar era algo muy posible.

 

 y Ayer día 2 de diciembre por la mañana otra valeriana y enfrentarme al destino… bueno, no tan grandilocuente pero ya me entendéis. Llego al lugar que me indicaron el día anterior y ya hay algunos coches de otras autoescuelas esperando. Pero no la mía que llega más tarde de la hora citada, pero tampoco hay problema, porque los que empezaron antes salieron de otro lugar media hora antes y todavía tuvimos que esperar un rato, ya que el examen dura unos 25 o 30 minutos por persona y suelen ir dos en el coche, así que hasta las nueve y cuarto no llegan a donde estamos nosotros. Mi instructor no ha podido ir él ese día al examen por tener otras clases que dar, hay otros dos instructores de la academia que no conozco, pero al menos hay alguien. Y siento que tengo nervios pero no histéricos. Entre el frío, la valeriana y tal vez la sensación de ominoso destino parece que los nervios se mantienen en su justa medida.

 

 Llegan los anteriores examinados y el examinador monta en el coche. Usamos el mismo coche con el que he hemos dado clase para el examen, lo cual ayuda por la familiaridad. El otro chico que hace el examen conmigo aparenta 16, pero debe tener 18 que es la edad para sacarse el carnet y está nervioso, tanto como yo. Pero yo a veces soy muy echado para alante y me ofrezco a hacerlo yo primero, cosa que él acepta.

 

 Y monto. Y arranco. Y empiezo a conducir.

 

 Intento ir con mil ojos, con la mente totalmente concentrada. Todo mi esfuerzo puesto en ello. Las indicaciones del examinador se suceden. Intento ignorar cuando le oigo anotar algo, que es o indicativo de que has hecho algo mal, o de que está anotando algo positivo, para decidir al final si apruebas o no. Si en algún momento se comete un error grave el examinador te manda parar al momento y ya sabes que has suspendido. Sino al final del examen, cuando ambos aspirantes han realizado su conducción, repasan las anotaciones y deciden tu suerte. A veces lo resuelven en unos minutos y a veces los aspirantes deben esperar una hora o más para saber.

 

 No me hace parar. Voy conduciendo y cometo algún fallo leve, del que soy consciente. Una marcha metida demasiado bruscamente, un paso de cebra al que llego un poco demasiado rápido, un ceda el paso en el que paro un poco encima de la raya de detención, una indicación del examinador de salir en la tercera salida de una glorieta que no sigo y me dice que siga en la glorieta para poder tomarla en un segundo intento… Pero las cosas en las que fallo más habitualmente (incorporación a las glorietas en las que suelo esperar demasiado, no parar por segunda vez en los stop en un sitio donde vea bien la carretera, los carriles de aceleración y deceleración de autopista, que se me cale el coche) no suceden. Y voy empezando a creérmelo poco a poco, a creer que es posible que apruebe, que puedo suspender por acumulación de fallos pero no por un error grave como me estaba temiendo. Finalmente me indica que aparque, que siempre es el final del examen y a pesar de que es una de las cosas en las que suelo fallar, no lo hago perfecto pero tampoco mal. Detengo e inmovilizo el vehículo y me cambio de sitio con el otro chico que ahora va a empezar su examen. Y él me dice al cruzarnos “muy bien”.

 Y ya me creo del todo que por lo menos, lo he intentado y lo he hecho bien. No sé qué va a pasar dentro de media hora, cuando el otro chico acabe su examen y nos den la nota pero, al menos, lo he hecho bien. No salgo avergonzado. Puedo suspender pero no será un golpe moral. Un poco más de práctica para la próxima y lo puedo sacar bien.

 

 Aun así paso todo el examen del otro chico intentando no pensar. No quiero entusiasmarme por si suspendo. No quiero animarme pensando que lo hice bien. No quiero pensar en que tendrá que ser la próxima vez porque puede que apruebe, ¿por qué no? No me ha salido tan mal… pero tal vez haya algo que no me haya fijado… no sé, mejor no pensar en ello. Es fácil, sólo media hora, sólo tengo que irme fijando en qué tal lo hace el chico para que mi mente no empiece a pensar por su cuenta.

 

 El chico lo hace bien. Va algo lento hasta el punto que en un momento dado el examinador le dice que aumente la velocidad (no es un fallo grave, pero si leve), pero pasa bien por ciertas situaciones que no sé cómo las habría hecho yo de estar al volante.

 

 Llegamos al lugar desde donde salimos y paramos. Firmamos un par de papeles y salimos del coche, para que el instructor que va con nosotros durante el examen y el examinador traten sus cosas y este le diga nuestras notas. La espera es sólo de 5 minutos.

 

 El instructor nos comunica que hemos aprobado ambos.

 

 Hubo algunos fallos que nos comenta, un fallo del que no soy consciente y que creía haber evitado elegantemente durante el examen. Pero hemos aprobado.

 

 El viernes podemos pasarnos por la autoescuela a por el permiso temporal hasta que nos manden el carnet definitivo a casa.

 

 ¿Y yo cómo reacciono a la buena noticia?

 

 Pues de ninguna manera.

 Tras esos días de nervios, esas inseguridades, esos miedos, uno esperaría que hubiera dado saltos de alegría o me hubiera dado un ataque de llorera o… o algo evidente. Pero no. Me quedo aparentemente como estoy. Al menos por fuera. Doy las gracias a los instructores y voy hacia la autoescuela para que me firmen un justificante de haberme presentado al examen para entregarlo en el trabajo. Y mi interior es un aparente lago en calma. Pero hay corrientes dentro. Algo raro pasa dentro de mí. Se están juntando tantas cosas que se anulan mutuamente. Estoy como aturdido, como si aún no lo creyera. Como si aún tuviera que pasar otro examen. Como si no hubiera conseguido ni una victoria ni una derrota.

 

 Cojo el justificante y la placa de la L que tendré que llevar durante un año si voy en coche y les digo que me pasaré el viernes por la tarde a por el permiso. Voy al trabajo y entrego el justificante y me quedo ya ahí porque queda la mitad de la jornada y tampoco es cuestión de escaquearme. Recibo las felicitaciones de mis compañeras de trabajo. Llamo a casa para comentarlo. Mensajeo a N. y me llama para felicitarme.

 

 Y yo sigo como estoy. Aturdido. Un poco cortado ante las felicitaciones. Pero como si no hubiera pasado nada importante. Comento que sé que me va a bajar todo de golpe, que no sé cómo voy a reaccionar y se ríen.

 

 Cuando finalmente acabo la jornada y estoy volviendo a casa, es cuando llega. Es cuando me doy cuenta:

 

 Me decidí a sacar el carnet hace unos meses. Estudié por mi cuenta, luego asesorado. Y aprobé el teórico. Partiendo de cero en cuestión de conducción de coches dí 22 clases de casi una hora cada una. Y aprendí. Me esforcé. Luché. Pasé nervios y miedos. Pasé momentos de dudas pero seguí adelante.

 

 Y lo conseguí. Gané. Una pequeña victoria en un mundo saturado de pequeñas derrotas diarias. Una victoria mía. Un logro mío. Algo que he hecho más que bien: muy bien.

 

 Lo conseguí.

 

 No lloré pero me emocioné. Sonreía mi alma. Y estaba orgulloso de mi mismo en plan bien. Satisfecho. Había conseguido algo. Yo.

 

 

 Por supuesto ya se encargaron en casa de bajarme la moral, cuando las felicitaciones duraron 5 minutos antes de lanzarse como hienas mis padres en estéreo (que casi nunca están de acuerdo en nada pero mira como ahí si saltaron a la vez) a decirme que no me compre coche ni siquiera de segunda mano porque además de ser caro de mantener entre mecánica, gasolina y seguro no tengo ninguna necesidad de tener coche. Que alquile un coche una vez al mes un día para practicar o directamente que no haga nada.

 

 Necesidad claro que no tengo. Pero no todas las cosas en este mundo se hacen por necesidad. Si así fuera no tendría más de cuatro mudas de ropa. Intentaría trabajar sólo lo justo para tirar el año. No saldrían de casa. No conocería gente porque la mayor parte no va a convertirse ni en tu pareja ni en tus amigos. No escribiría. No dibujaría. No vería la tele. No haría sudokus. No pensaría más allá de mis necesidades inmediatas. No querría aspirar a más en la vida.

 

 

 En resumen, lo que ellos quieren que haga yo. Al menos esa es la sensación que me están transmitiendo últimamente y una de las cosas por las que quiero irme de casa, porque es muy triste pensar que tus padres están en plan “no hagas nada hasta que nos hayamos muerto y entonces enfréntate a todo de golpe”.  Y más triste es que esa sensación perdure en el tiempo porque no la desmienten nunca con sus actos y palabras.

 Ayudan a que sea un cobarde perezoso y sin iniciativa. Y eso me cuesta perdonarlo en un momento en que quiero madurar, en que quiero sentir que hago algo con mi vida más que dejar pasar los días hasta que me muera.

 

 Si por ellos fuera no volvería a ver a N. Por lo del rollo tan católico de las malas influencias. Cuando me parece de juzgado de guardia que no sean capaces de ver que desde que ella está en mi vida hay menos tristeza, menos depresión. Que incluso puedo ser feliz a veces. Algo que ellos no me podían dar. Y entiendo su miedo. Entiendo que duela pararse a pensar que ha llegado a un punto en que estar con mami ya no es suficiente para que el niño sea feliz. Entiendo que se sienten mayores y el paso del tiempo hace daño sobre todo cuando empiezas a entrever que se acaba, que no te quedan 50 años por vivir. Entiendo que tienen su educación y su moral y que les jorobe que esa educación y moral no haya calado en mí y haya servido para hacerme sentir satisfecho con mi vida. Que no todos sus valores son los míos. Que quieren lo mejor para mí y se aferran a lo que sirvió para ellos, que no tiene por qué valerle a nadie más.

 

 Tengo intención de comprar un coche de segunda mano y practicar para no perder la habilidad que tengo, que no es de cine pero no debo dejarla desvanecerse. No quiero ser un piloto de rally, lo que quiero es poder valerme por mí mismo si necesito desplazarme. Si la cosa resulta ser demasiado cara pues ya decidiré yo si no lo compro. Pero lo decidiré yo. Porque lo que yo “necesito” no es lo que ellos piensan que necesito. Y cada vez más.

 

 

 Finalmente me hizo más ilusión contárselo a S., a JD., a mis antiguos compañeros de trabajo hoy, a N. que contarlo en casa.

 

 Pero nada cambia el hecho de que lo conseguí. Y eso es bueno :)

2 comentarios

maría -

Y yo también me alegro .~)

La Dama Oscura -

Me alegro un montón por tu victoria :-D, enhorabuena conductor! Con constancia y esfuerzo se pueden conseguir muchas cosas, aunque aparentemente no sea lo nuestro.

En cuanto a lo de tus padres, a mí me dijeron lo mismo cuando me saqué el carnet, pero ya sabes como he sido yo, que siempre hacía lo contrario de lo que me decían xD, así que acabé comprándome uno, de segunda mano, ya que no quería destrozar un coche nuevo, que cuando eres novato no puedes evitar rozarlo o darle algún golpe. Y claro, mis padres pusieron el grito en el cielo por comprar un coche, y encima un coche "viejo".
Ahora piensan de otra manera, creen que hice bien, para no perder la práctica. Y que también hice bien en no gastarme mucho en un coche, mejor uno de segunda mano para empezar.
En el fondo creo que los padres, no es que les parezca mal, es que tienen miedo. De la independencia que da el tener un coche, y del riesgo que supone cada vez que te montas en él.

Enhorabuena una vez más. Un beso muy grande.