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El Salón de las Músicas Perdidas

Evolucionando

LA CIUDAD NO ES PARA MI

LA CIUDAD NO ES PARA MI

 

 Al final no se produce el esperado viaje a su casa en el pueblo. El miércoles le entra el deseo de cambiar de destino, aunque más bien el cambio es de objetivo: ya no se irá a descansar el final de sus vacaciones, a relajarse, a reírse conmigo, a que intente darle un toque nuevo a un lugar conocido. Ahora siente la necesidad de despejar una importante incógnita, de responder a una pregunta vital, de encontrar un posible camino de desarrollo que lleva años insinuándose. Y aunque a mi me parezca que eso puede hacerlo perfectamente en Gijón o en el mismo Oviedo, ella quiere irse a Madrid a despejar esa duda de la manera más explosiva posible. Por otra parte son sus últimos días de vacaciones y confiesa que le da mucha envidia cuando todos los que conoce a su alrededor le cuentan de sus viajes a por lo menos fuera de Asturias (fuera del país en mi caso) y ella se ha tenido que quedar durante sus vacaciones parada por lo que le pasó en el pie y ahora también quiere viajar, ir a un sitio nuevo.

 

 Entiendo los argumentos y tras un par de horas de debate interno cedo y acepto acompañarla.

 Si, exactamente, acompañarla a esa ciudad que sólo me ha traído amarguras en cuando a mis estados del alma, que me robó poco a poco a mi cómodo entorno de amigos, esa ciudad de la que siempre hecho pestes porque ni ella me quiere ni yo la aprecio.

 Esa misma.

 

 Por una parte muchas de las ilusiones del fin de semana se mantienen, simplemente cambia el entorno, pero el hecho de que voy a compartir tiempo con ella, a convivir aunque sólo sea unos días, me sigue emocionando. La posibilidad de que la relación evolucione a otro nivel también sigue ahí, aunque hay luces de alarma relativas a la pretensión fundamental del viaje, al descubrimiento que quiere hacer. Pero sigue habiendo posibilidades. Y por otra parte igual yendo en compañía desde aquí, en vez de ir a buscar la compañía en Madrid, hará que la visita sea mejor, más enriquecedora, que pueda ver la ciudad con ojos nuevos y sorprenderme y tal vez llegar a una tregua con el lugar y sus gentes.

 Además vengo de viajar hace poco al otro extremo del mundo, ¿le voy a tener miedo a irme a la capital de mi propio país?

 

 Así que no sólo es que acepte ir con ella, sino que delega en mí la tarea de organizar el viaje. Busco y encuentro un hotel barato y de calidad con oferta especial y pido el favor a un colega de que me lo reserve con su tarjeta de crédito y se lo pagaré cuando nos veamos, planteo las posibilidades de desplazamiento y decidimos a la par viajar en su coche por parecernos la mejor opción, busco los lugares de interés y elaboro una breve lista de lugares a visitar para que luego allí elijamos cuales ver (es sólo día y medio al fin y al cabo, no da tiempo ni a ver lo mínimo), saco los planos de Internet (la verdad es que Google es útil de narices) y maniobro con diplomacia maquiavélica en casa para informarles que la decisión está tomada y me voy de viaje, que se ahorren lo que me vayan a decir porque es un hecho consumado, no estoy informando de un posible plan sino de una realidad.

 

 El viernes después de comer nos ponemos en marcha. Ha llegado un poco antes de lo esperado y creo que es por nervios, la noto nerviosa. Para ella es un gran viaje de descubrimiento y se le notan las ganas. Y el viaje es entretenido, con un par de paradas para no agobiarnos demasiado, sacando todo el rendimiento a su gps que nos hace un gran servicio ayudándonos a esquivar parte de los peajes del camino aunque uno nos lo comeremos con patatas a la ida y a la vuelta. La compañía es buena para los dos y la charla es fluida, el viaje es cansado si pero se pasa rápido. Y finalmente llegamos a Madrid, entramos bien y el gps nos lleva correctamente al hotel. La cosa parece empezar bien. Se enturbia un poco cuando me informan en el hotel de que tenía que haber pedido reserva del parking y ahora está completo y no podemos meter el coche ahí, pero el barrio donde estamos resulta ser tremendamente tranquilo y bastante seguro y durante dos días el coche dormirá aparcado serenamente frente al hotel y nunca habrá preocupación por su estado.

 Las cosas parecen ir bien. Cambiamos la habitación por una un poco más pequeña pero en zona de fumadores por comodidad para ella (aunque luego sólo hará uso de ese tema dos veces durante la estancia) y al poco de llegar le planteo las opciones importantes que hay que elegir ese día, si irnos el viernes mismo a encontrar la respuesta a sus dudas o dejarlo para el sábado. Decide ir el viernes mismo y a ello vamos. Nos arreglamos, salimos y partimos a la aventura.

 

 Salir de marcha por Madrid es una mierda igual que salir de marcha por cualquier otro sitio. Más caro probablemente. Más gente, si. Pero todo es igual. Las mismas posibilidades, las mismas reacciones y los mismos comportamientos. Pero yo no estoy aquí para encontrarme cómodo o divertirme. Desde el mismo momento que me dijo donde quería ir, yo sabía que la noche que fuéramos no era para mí, era para ella. Y lo acepto. En cuanto llegamos al destino principal del viaje para ella, yo doy un paso atrás y así se lo digo y estoy únicamente para darle apoyo moral, para que se relaje sabiendo que si algo sale mal ahí estoy yo para sostenerla como amigo. Esta es su noche y yo no voy a plantearle un problema.

 

 Y consigo cumplir mi palabra… las primeras 7 horas. Es la hora octava, cuando ella toma la que probablemente es la decisión más tonta del viaje cuando empiezo a enturbiarme. Durante esa hora empieza a volcarme encima toda la realidad de lo que está pasando. Y la cosa está saliendo en gran parte como ella quería, pero no como yo esperaba y mis aguas se polucionan, mi alma se enturbia. Aunque tengo un motivo objetivo, subjetivo y real para enfadarme, cuando explota mi enfado es por un detalle tonto, como me pasa muy a menudo y provoca la reacción típica, la defensiva, el ahondar más en la tontería que me ha desbordado la boca que en el fondo importante del asunto y que por esta vez tengo razón.

 

 Pero bueno. Enseguida surge el hecho de que al final la noche no ha sido buena no por mi culpa, lo mío ha sido sólo el remate para ella. No, la mañana del sábado es mala para ella porque no ha encontrado lo que quería, al menos no del todo, y está desesperada porque ya no sabe donde buscar, cómo buscarlo o ni siquiera si alguna vez lo encontrará. Yo no soy el que provoca su angustia, mis neuras ni la afectan esta vez porque hay algo más importante en lo que pensar.

 Y son malos pensamientos.

 

 Así que me decido por intentar que el viaje no sea un fracaso, por intentar que lo que resta se lo pase lo mejor posible. Y mi incómodo aliado para ese intento es un Madrid acalorante, soleado, con menos gente de lo habitual por las fechas, pero sigue demasiado poblado para mi gusto. Pero lo intentamos, ella y yo. Intentamos ser dos amigos que disfrutan de la visita a una ciudad grande que no es la suya.

 

 Hay importante obstáculo: su pie no está bien (los médicos en general suelen hacer un trabajo bueno y esforzado, pero en épocas de verano parece que se quieren deshacer de la gente rápido para irse de vacaciones, como si les molestáramos. Lo he comprobado con N., con mi compañera de trabajo y con mi tía. A menos que sea una cosa de vida o muerte despachan rápido en plan “no me deis problemas” y si al paciente le duele, le molesta, se encuentra mal… pues que le den por culo. No voy a esforzarme demasiado a una semana de mis vacaciones. Y el pie de N. no está bien, no puede doblar uno de los dedos del pie y otro sólo a medias, le duele, se le hincha, le dan aguijones de dolor, cojea… eso no ha curado bien y nadie hace nada y es desesperante. Ya le he dicho que cuando volvamos quiero que remueva piedra sobre piedra hasta que alguien le haga caso porque sino va a estropear los tendones y músculos y huesos para toda la vida Eso también lo teme ella y lo va a hacer, así que no es una neura mía), el cansancio de estar de doblete nos termina pasando factura y el sábado sólo podemos emplear unas pocas horas en ver un par de sitios y tenemos que volver al hotel. Es mejor que descanse ahora, que baje la hinchazón, que durmamos mucho para intentar recuperar lo mejor posible para el domingo poder aprovecharlo a fondo y que no tenga problemas para conducir de vuelta.

 

 No perdemos del todo el sábado. Hemos visto el apasionante Templo de Debod y usamos el día para apartar las nubes que se formaron entre nosotros y dentro de nosotros el día anterior. Volvemos a estar bien… pero lo roto no puede estar entero y el viaje ha tomado otro color. Aunque lo noto intento dar forma a mis ilusiones pero con poco brío, intuyo que no va a darse la situación a pesar de que nos quede día y medio y en efecto, mi intuición es correcta. Al final mis intentos tienen un toque de desesperado que ella corta y nada, ahí quedamos. Simplemente visitando y compartiendo. Pero no con el alma en mi caso.

 Es ese día cuando le expongo que no debe sentirse mal por no haber encontrado lo que quería. Madrid es una sirena que te atrae con su canto, te promete que en ella podrás conseguir lo que siempre has querido, que todos tus sueños explotarán en un glorioso destello de luz como un fuego artificial. Te promete que es el lugar de las oportunidades y de las esperanzas cumplidas, donde podrás ser importante y hacer realidad los más deseados sueños.

 Y en realidad no es más que otra ciudad, un poco más grande que las demás, con sus mismas rocas afiladas, sus cristales rotos esperando tus pies descalzos, sus pozos de aguas negras y desagües de cloaca.

 Ni mejor ni peor.

 

 Ella concluye al final que tengo razón.

 

 Y tal vez consigo animarla un poco, entre la visita a la ciudad (el domingo vemos muchas más cosas, nos da tiempo a más), entre mi actitud de siempre (que para ella es terreno conocido, me puede decir que no casi ya como acto reflejo y sabe a que distancia mantenerme y lo que puede esperar de mí, no hay malas sorpresas, no hay dolores nuevos, soy fiablemente débil y dócil) y que hay que intentar que el viaje no sea un fracaso, por ella misma y por mí. El destino, las circunstancias y la suerte han hecho que no sea un viaje glorioso para ella ni para mí, pero podemos hacer que no sea un desastre e incluso sacar algo bueno, eso sí podemos hacerlo nosotros esforzándonos, luchándolo. Y lo luchamos y lo conseguimos, que el balance final no sea negativo.

 

 Al final nos podemos en marcha para irnos más tarde de lo planeado y nos liamos para salir de Madrid, el gps esta vez no cumple tan bien su tarea, pero finalmente escapamos (si, escapamos, y lo celebro con vítores cuando salimos de la presa que esta ciudad maldita intenta tendernos y ella debe pensar que lo digo en coña, pero para mi son muy en serio esos vítores celebrando) y aunque al principio el viaje es un poco más problemático porque tenemos el sol bajo y de cara y nos fastidia al final salir más tarde de lo planeado (y porque no haberse ido el lunes, os preguntareis, siendo fiesta en Asturias y pudiendo habernos quedado un día más… Ya lo habíamos decidido al principio del viaje, para ella es el final de sus vacaciones y quiere tener el lunes para poner en orden sus horas de sueño y su mente en vistas a tener que volver a empezar a madrugar y volver a la rutina, no quiere llegar cansada del lunes y ya tener que madrugar el martes y estoy de acuerdo) al final durante el viaje vuelve la charla profunda y la intrascendente, vuelve la música y la risa, vuelve el compartir el trayecto y las miradas sin hablar. Terminamos de poner en orden nuestras almas y finiquitamos lo que ha pasado el viernes (por lo menos en la parte que afecta a lo que hay entre nosotros, lo que cada uno siente dentro que le pertenece sólo a él mismo supongo que tardará más en encauzarse, pero eso ya es cosa de cada uno y habrá que lucharlo personalmente) y al regresar podemos volver a nuestras vidas, que en mi caso al menos es la mejor opción.

 

 Así que el balance final no es tan amargo como las otras veces que he visitado el Sumidero Negro (Madrid), pero sigue sin ser positivo. Madrid sigue sin mostrarme su mejor cara (que seguro que existe) y yo sigo desconfiando de ella y odiándola un poco. Y con N…. finalmente ahora sé que hay otra rama podada. En el caso del nuevo giro que pretende introducir en su vida, no sé si será lo que necesita realmente o no, lo que si sé es que después de ese viernes en Madrid, ya no me necesita para experimentarlo.

 

 Ya no me necesita en muchas cosas. Lo que yo crea no importa. Esa es la realidad.

 

 

 Y ahora a intentar volver a la rutina. O a otra rutina, pero desde luego no quiero más sorpresas, viajes ni emociones durante una larga temporada…

EH, EH… ESPERA UN MOMENTO…

EH, EH… ESPERA UN MOMENTO…

 

 

 Ahí andaba yo jodido a mi regreso, sintiendo que quería hacer cambios en mi vida pero encontrando las situaciones peores que nunca. Desde mis ganas de quedar con N. y hacer cosas que antes me resistía a hacer y ahora quería darles una oportunidad, a quedar con los colegas e intentar que las reuniones fueran más divertidas y productivas en cuanto a ocio y lazos, a mejorar en lo que pudiera la situación en casa intentando producirles las menores molestias posibles, a afrontar los posibles cambios que la nueva jefa quisiera meter en el modo rutinario al que ya me había adaptado a hacer las cosas en el trabajo, a intentar tomarme todo y a todos con más calma y menos angustias…

 Y descubrir que una no parece tener interés en hablar conmigo tras casi un mes de ausencia, que los colegas están a su bola y tampoco parece que les importa mucho mi regreso, a que en casa está la mitad de la gente de vacaciones y es fácil no dar problemas cuando somos sólo dos pero a ver cuando seamos más y haya más ruido, a que en el trabajo se une la preocupación por la enfermedad de la compañera a su ausencia absolutamente vital en el desarrollo del trabajo día a día… con lo que mis intentos de cambiar como tomarme las cosas estaban fracasando miserablemente y volvía a mis raíces angustiadas y drameras y tomarme todo a la tremenda.

 

 Y finalmente me llama N. para quedar. Durante todo este tiempo intentaba hacerme a la idea de que la amistad estaba tocada y hundiéndose intenté realizarme una “autocura de desintoxicación”, intentar que no dependiera tanto mi estado del alma de si ella me hablaba o no, de si quedábamos o no, de si discutíamos o no, de si nos besábamos o no… Lo intentaba, costaba, creo que no funcionaba pero yo insistía, no iba a volver a llamarla y esperaba que me llamara cuando le apeteciera como hacía siempre y para entonces ya haberme desenganchado de ella y poder mantener una cierta distancia emocional y simplemente que fuera como otra conocida más en mi vida.

 Al menos eso intenté, la desgracia es que tenía demasiado tiempo para pensar, todas las tardes y las noches, la “ventaja” que ella no era mi único problema en la vida y mis tiempos de angustias se repartían entre varios temas y personas.

 

 Estando así me llama. El lunes. Que había estado de vacaciones. Vale, entiendo parte del silencio, pero a menos que estuviera en la Conchinchina (que no era el caso), el móvil seguía funcionando y poner un sms o hacerme una perdida para que la llame era perfectamente posible. Así que mi resolución de “desintoxicar y dar por terminada una fase cercana de relación” se mantenía, sobre todo en previsión de que cuando le contara mis quejas me mandara a zurrir mierdas con un látigo cansada de que no acepte plenamente cómo es y cómo vive.

 Es cierto que no lo acepto plenamente. También un niño puede ser repelente y gritón y caprichoso y eso no se debe aceptar, hay que enseñarle a vivir de otra manera más acorde con la sociedad, sin matar su independencia, cierto, pero tampoco dejándole ser un salvaje. Pues algo así pienso que pasa con la gente. Tú debes aceptar cómo son los demás, pero las cosas malas que tengan, las cosas que producen problemas, los comportamientos malos, no hay que dejarlos pasar, si realmente quieres q esa persona, hay que hacerle ver que no te parece bien y que ese puede ser el punto de vista mas o menos general de quienes le rodean y que tal vez debería cambiar porque no puede ser bueno en el futuro seguir como se está haciendo hasta ese momento. Yo en este caso pienso que ese pasotismo puede terminar dejándola sin amigos en el futuro. El caso es que ella puede que viva bien sin amigos íntimos, sin esos lazos que también son a veces cadenas con la gente a la que nos acercamos. No es una niña ni una adolescente y desde luego no es tonta. Ya debe saber lo que hay, lo que esa actitud que tiene provoca y si no ha querido cambiar por algo será, tal vez porque lo que para mí no es una buena actitud, para ella es la normal y no le ha producido problemas. Aquí entra una vez más el asunto de que es IMPOSIBLE para una persona desarrollar tal empatía que nos metamos plenamente en la piel de otro, con su modo particular de pensar, de sentir y de vivir. Podemos imitar y llegar a entender mucho, pero nunca plenamente. Eso también es la magia y el picante de las relaciones con otras personas.

 

 Y así a lo tonto he resumido la reunión que tuve el lunes con ella. Al final ni me mandó a freír espárragos ni creo que deba cortar relaciones totalmente con ella, sigo pensando que podemos llegar a un entendimiento (ya sé que muchos de los que leen esto piensan que no y que me estoy engañando y aferrando a algo que no hay y tal y cual… Sigo respondiendo a eso que las cosas de habitual no salen bien a la primera y si dejáramos de hacer algo o de ver a una persona al primer problema que surge, el 99% de las parejas no estarían juntas, incluso las que son felices, porque nadie lo es 24 horas al día) y de hecho hemos decidido intentarlo, empezando por algo sencillo, ella por responder de vez en cuando a mis llamadas y mensajes y yo por no pensar que es culpa mía por hacer algo mal si no me responde.

 

 Pasito a pasito.

 

 De hecho en principio pedí y obtuve pasar el fin de semana con ella en su casa del pueblo de León donde está pasando las vacaciones (aún le quedan días, sólo se pasó de vuelta por unas cosas del trabajo que manda huevos que tenga que desplazarse para eso durante sus vacaciones y comprar una cortacésped para el prado de dicha casa del pueblo que con la guadaña no queda bien) así que en principio el viernes me viene a buscar y volvemos el domingo por la tarde, cuando ya habrá vuelto mi hermano y seremos tres en casa, casi todos, de nuevo.

 

 Lanzarme a pedírselo y que acepte me hace pensar que realmente no he perdido del todo el impulso que tenía al volver de Japón de querer cambiar mi vida y empezar a hacerlo, de hacer las cosas un poco distinto.

 Intento no pensar mucho en qué pasará ese fin de semana, pero no puedo evitar hacerme algunas ilusiones. Pero como en un deseo de soplar las velas de la tarta, mejor no decirlo en voz alta o pensar mucho en ello por si no se cumple.

 

 Veremos. Y viviremos. Y tal vez, contaremos :)

 También intentaremos seguir pisando el freno del alma y los pensamientos y no tener una vida paralela a la que vivo, toda imaginaba basada en "y si" y "tal vez"...

 

 Por cierto, un abrazo JDDJ que me pillaste a mitad de escribir esto :)

Isla

Isla

...y la tormenta pasó y la isla volvió a ver el horizonte familiar que le rodeaba.

 

 Pero las cosas no eran iguales... o tal vez si pero la isla nunca las había visto de esa manera y ahora el panorama parecía distinto aunque siempre hubiera sido así.

 

 Descubrió lo que significa ser una isla, cuando nadie fuera de su familia pareció interesarse por su ausencia de tres semanas, las llamadas tardaron en llegar o ni siquiera se produjeron, como si durante esos 19 días nadie le hubiera echado de menos. E incluso cuando al final habló con algún colega, ni siquiera parecieron muy interesados por lo que había hecho. Además de que se planteó que tenía que tratar seriamente con ellos el hecho de que cuando era otro el que estaba ausente la gente no se reunía, no quedaban, no jugaban... Pero estando él ausente si se reunían, si quedaban, si jugaban. Y ya era la tercera vez que pasaba. Se siente un poco menospreciado y no quiere dejar pasar la cosa sin al menos comentarlo.

 

 Descubrió que en su trabajo todo había cambiado, la persona que era el punto central de la oficina no estaba, le habían diagnosticado un tumor en el pecho y estaba a la espera de operarse. Así que además de la preocupación por la salud de una persona majísima y una buena compañera desde hacía más de un año, se sumaba el hecho de que el trabajo se había multiplicado para todos y que había cosas que ahora había que hacer que nadie sabía como hacerlas. Se sobreviviría, se tiraría para adelante, como habían hecho tantas personas en situaciones parecidas, el trabajo al final se regularizaría, pero por ahora, en breve, eso no iba a pasar. Iban a ser tiempos duros y agobiantes.

 

 Descubrió que se había producido un cambio climático y las corrientes que antes había intercambiado con la otra isla del horizonte durante 4 años ahora ya llegaba, sus intentos de comunicar eran ignorados. Y lo que antes le había dado la otra isla ya no se lo daba. Ya no era cuestión de amor o sentimientos. Era que ni siquiera le hablaba como amigo. Y él está cansado de la situación y sabe que es necesario plantear algo odioso, un ultimatum: o se produce un cambio o esto se acabó y habrá que dejar de mirar a ese horizonte. No piensa que vaya a servir de nada, cuando alguien te plantea un ultimatum, la reacción normal es rechazar de plano lo que te dice y que le den por culo al tipo, cómo se atreve a forzarte a una elección y encima poniéndose en plan "o haces esto o no me vuelves a ver" como si él fuera tan importante en mi vida... Así que sé que saldrá mal, pero sinceramente pienso que debo hacerlo. Porque tal vez entonces en el futuro no joda a otro amigo como me ha jodido a mí. Lo mio no tiene ya arreglo, pero por ella, espero que se de cuenta (no será hoy ni mañana, pero en un futuro) de que así no se pueden hacer las cosas y que no puede ser siempre la cosa "dame" y nunca nunca nunca "doy".

 

 Descubrió que temporalmente la corriente había alejado a la fauna tan familiar que habitaba sus costas y durante unos días estará sólo con su padre y la casa le parece algo vacía y aunque se sienta un poco sólo en ella, al menos está tranquilo, esa tranquilidad y silencio que descubrió en su viaje a Japón y que tanto le gustó y emocionó. Así que una de cal y otra arena, en principio ahora, en casa, con menos gente para provocar iras propias y de su progenitor... está bien.

 

 Pero ahora no tiene con quien compartir ese estado de bienestar, esa tranquilidad de espíritu.

 

 Y ahí está la isla, que podría pensar que no vale la pena irse de viaje... pero no puede pensar eso, porque disfrutó del viaje y sabe que lo que hay es lo que había y la ausencia sólo ha hecho un poco más grandes las grietas que ya existían. Nada hay que no hubiera antes.

 Ni siquiera su tristeza.

Otra semanita...

Otra semanita...

 Y otra semana más de periplo. He conseguido más o menos acostarme hacia las once como era mi intención todos los días (salvando viernes y sábado, se sobreentiende, aunque tampoco lo hice el viernes a las mil, como de costumbre) y en general la valoración de tener casi una hora más para dormir todos los días es ambigua. Por una parte si que noto ese dormir extra, en el curro estoy algo más despierto y atento, más dispuesto a explosiones de actividad, de dejar todo hecho y esperar la siguiente remesa de cosas en vez lo que solía hacer que era dejar que se acumulara una pequeña cantidad de tareas para que luego me estuviera dos horas seguidas haciéndolo. Ahora si tengo que estar sólo media hora de actividad lo estoy, no intento preveer si va a llegar más o menos cosas. Las hago y punto.

 

 (dijo él mientras a su lado tenía cosas para hacer que miraba que reojo mientras escribía en su blog desde el trabajo... *^_^* )

 

 Pero por otra parte no me siento más descansado. En cuanto a resistencia física y sentirme despierto la verdad es que la cosa no cambia a cuando fuerzo la máquina todo lo posible durmiendo sólo seis horas o así por acostarme tarde y tener que madrugar para trabajar al día siguiente. Normalmente a las doce o la una estoy que me muero de sueño y eso la verdad es que no ha cambiado por dormir una hora más. Ni me molestan menos los ojos, sigue habiendo días que ir al gimnasio es como llevar una losa de granito en la espalda... en resumen que el cambio es bastante nímio. Nímio para bien así que por ahora creo que seguiré intentando mantener esta rutina, pero nímio al fin y al cabo. Supongo que tendré que aceptar que la solución no es dormir una hora más, sino dos.

 

 Qué rabia, con la de cosas insulsas que me quedarán sin hacer...

 

 El trabajo bien gracias, ahí sigue. Y el viaje sigue avanzando, la verdad es que es una bendición tener a mi cuñada empleando toda su experiencia en viajes para sacarlo adelante. Yo no sabría ni por donde empezar, estoy aprendiendo de ella por si surge la remota posibilidad de hacerme un viaje sólo en el futuro o que me toque ser el organizador. Ya sólo quedán un par de flecos de preparativos y el décidir qué ver en cada sitio donde vayamos, que no es tanto problema porque oferta hay de sobra...

 Ya que oficialmente menos de un mes para irnos. Los nervios empiezan a insinuarse...

 

 En mi casa planean una gran renovación mientras esté fuera. Van a acuchillar suelos y pintar paredes. Así que tendré que dejar muy recogido todo, además de terminar de quitar mis cosas de la habitación que compartí con mi hermano, porque va a cambiarla de muebles y demás para hacerla más adecuada a que viva una sóla persona en ella, es normal.

 Para mi doble trabajo, pero eso es por mi mala cabeza de no haberlo hecho antes. Siempre es más cómodo dejar para luego las cosas esperando que nunca tenga que llegar el momento de hacerlas, ¿verdad?

 Pues hala, toma momento de hacerlas Androgen...

 

 Bueno, tranquilo, queda tiempo. Tiempo tienes para muchas cosas. Ahora encuentra las ganas...

 

 Y dentro de poco (cuando deje de diluviar y pueda pasarme a buscarla) me dejará un amigo de mi hermano una bicicleta, que es recomendable que sepa usarla antes de irme a Japón, porque por ahí fomentan mucho lo de desplazarse en bicicletas alquiladas a dos duros y como mi hermano y mi cuñada saben montar y yo no (comentario de todo el mundo "NO SABES MONTAR EN BICICLETA?!!!!" con más o menos exclamaciones en la frase... Pues no, coñe, no sé) pues a ver si por lo menos consigo mantener la vertical para poder desplazarme mejor, no es cuestión de ganar el Tour, sino de moverse un poco más rápido que a patuca. Ya iré contando lo hematomas y roturas de este curso intensivo...

 

 

 Diluvia y es una mierda que todo vuelva a oler a humedad tras ocho meses de otoño/invierno que tuvimos. Ya toca un poco de calor ¿no?

 

 Y aquí seguimos, aprendiendo a ser más tranquilos y caminando.

Balance a la semana

Balance a la semana

 Una semana después de lanzarme a cambiar de actitud, la cosa no va mal.

 

 Principalmente el esfuerzo debo hacerlo en no excederme preocupándome. Acepto que las ideas raras me pasen por la cabeza, pero tiene que ser sólo eso, una breve pasada rasante con la muerte en los talones y a seguir corriendo por el maizal. Nada de hundimientos titanicos de horas y aguas frías. Lo breve si malo menos duele.

 

 Y tengo bastantes otras cosas con las que distraer el el seso insidioso. Mi decisión de regularizar un poco mis horarios de sueño por ahora se queda sólo en decisión, porque sigo sin conseguir un horario decente de descanso. Y es sólo cosa mía. Que ya sé que da lata tener que acostarse cuando uno siente que puede aguantar un poco más, pero luego lo pago entre semana y tampoco es plan. Que para jugar al ordenador y leer tengo más tiempo, no es una carrera, párate y huele las flores en el camino.

 

 La base de todo esto es que logre tranquilizarme. Que me tome las cosas con más calma y así podré apreciar nuevos ángulos que antes eran manchas borrosas en la carrera de locos.

 

 Oh, si, lo que dije al principio. ¿El balance de esta semana? Pues que estoy en ello.

Hora de cambiar de camino

Hora de cambiar de camino

 Encantado de haberle conocido muchacho que me ha acompañado en estos últimos tiempos, pero ahora no quiero estar con usted, hasta que no relaje un poco creo que es mejor que asome lo menos posible su ceño fruncido, así que me va a permitir una patada en el culo que le catapulte a un lugar donde me deje despejado el camino y que busque por mí mismo una manera de salir de este atolladero...

 

 Concluido este trámite pasemos a rascarnos la cabeza ante la tarea que tengo delante (cabeza recién afeitada, el domingo me dió por coger el rapapelo y aplicármelo, a ver si consigo llegar medianamente bien peinado a julio y afeitarme el craneo en el peluquero para irme a Japón bien pelado... y no, no me he hecho un estropicio, tranquilidad, ha quedado medianamente bien) porque la verdad es que los árboles no me dejan ver el bosque en esta senda oscura y tenebrosa donde me han dado cuenta que me he metido

 

 (eres como un clavo María parece que sólo dejas una marquita redonda en la piel pero eso es sólo la cabeza de los centímetros de filo que se han metido dentro cagoenlaleche estoy pensando en lo que sí creo que tienes razón grrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrr)

 

 y ver por donde tiro ahora. Y encima tengo que empujar el 4x4 que se me ha quedado sin la mala baba que usaba de gasolina y tengo que cargar con él porque en el maletero está mi pasado y eso está ahí. Anda, ¿no quiero dejarlo atrás? No, aún pienso que puedo integrarlo, ya ves.

 

 En resumen. Vuelte a empezar desde donde estoy.

 

 ¿Y por donde se iba hacia allí?

DESDE TU ORILLA NO ESCUCHAS MI VOZ

 

 El viernes imaginaba que me iba a llamar N. para quedar por ser su cumpleaños, como había dicho el miércoles cuando me llamó. Y a pesar de que soy consciente de que fui borde con ella por teléfono y que podía haber pasado de mí, tenía el pálpito de que no lo haría. Aun así el jueves y la mañana del viernes pasaron sin saber nada de ella y ya pensé que me había equivocado y que una vez más había sido prepotente y que no me iba a llamar.

 Sin embargo sí que me llamó, mientras iba al gimnasio por la tarde. Y quedamos para por la noche.

 

 Yo tenía pensado dejar la bronca para otro día. Porque sabía que íbamos a tener bronca, porque le iba a plantear que yo personalmente con quería seguir así, sin saber nada de ella porque quisiera hacer de ermitaña, sin que se preocupara por lo que me pasara, sin responder ni siquiera con un “hoy no puedo, ya hablaremos” cuando la escribo diciendo que estoy jodido. Sabía que la cosa podía desembocar en un “paso de ti, vete a la mierda” por parte de ella y aunque sólo era una posibilidad remota podía ser yo el que lo dijera, porque empiezo a estar cansado.

 

Si María ya lo sé. Con otras personas no me importa que pase eso. Pero con ella sí me importa. Ya sé que no es muy consecuente eso.

 

 Sin embargo ese día no. Era su cumpleaños, broncas las podemos tener todos los días, por hoy que al menos se lo pase bien. No voy a comentar nada, amén a todo lo que diga y quiera hacer y yo simplemente cuando me canse me pillo un taxi y me voy. Ni tenía intención de reprenderla, aconsejarla, filosofarla, retenerla ni criticarla. Un día es un día y vamos a probar a ir con la corriente.

 

 La cosa empezó mal para mis intenciones de postergar la bronca porque ya cuando me llamó se la notaba bebida. Sus compañeros de trabajo la habían invitado a comer y había corrido la sidra. Y lo que era una impresión mía se confirmó cuando nos vimos. Desde enero soy consciente de que no me gusta mucho esa N. que se pasa bebiendo. Ni cómo se comporta ni lo que me hace cuando está así, dejándome de lado durante largos ratos mientras se va a departir de pijadas con alguien que conoce o que acaba de conocer. De pijadas o de charla amigable, es cierto, pero normalmente, por lo que llego a escuchar, de pijadas.

 

 El efecto secundario del asunto es que venía cariñosa y con ganas de besos y que la mimaran, con lo que mi decisión de dejar la bronca para otro día y decir amén a todo coincidió bastante bien. De haber decidido tener bronca y haberme dejado hacer luego al ver que estaba en esa actitud, se me habría caído la cara de vergüenza luego y hubiera demostrado una vez más que soy demasiado débil para ser fiable.

 

 Tras hacer de tripas corazón notando las miradas de toda la cafetería de enfrente de mi casa mientras ella hacía notar el puntín que llevaba encima y llegaba otro amigo suyo con el que habíamos quedado, nos trasladamos de lugar, a donde había tenido la primera bronca grave con ella, a 20 kilómetros de Oviedo, la vez que me tuve que volver a casa en taxi y empecé a ser consciente de que esto no iba a funcionar. Bueno, pensé, a ver si esta vez es igual o distinta.

 

 Fue igual. Aquí está el burrete de Androgén tropezando dos veces en la misma piedra. Pero nada, ya sé que aquí llegan los taxis, cuando pase un tiempo adecuado para que no se mosquee, doy por terminada la fiesta de cumpleaños por mi parte y me largo.

 

 Pero entonces llegó una amiga suya de toda la vida, con la que por lo visto había montado una parecida la semana pasada y ella y el otro amigo decidieron que era momento para cantarle las cuarenta. Al principio yo no participé, pero vistas como iban las cosas, mi anterior resolución de no montar lío por mi parte se debilitó y me apunté al carro de lo que estaba pasando.

 

 Hala, ya la tenemos montada. Progresivamente se le pasaba la borrachera y la cosa derivó en antiguos agravios, actitudes y comportamientos echados en cara. Para terminar de ponerla sobria y poder llegar a algo útil del mal momento, su amiga sugirió llevarla a un sitio donde suelen ir que sirven comidas nocturnas (hamburguesas, patatas, cosa así) cerca de donde ambas viven. Es decir, cada vez más lejos de Oviedo y en lugar más inaccesible. Y ahí fui yo esperando recibir una respuesta a las preguntas que tenía. Cogí y llevé su coche tras ellas que habían montado en la furgoneta de la amiga porque ella no estaba para coger el coche. Llegamos al lugar, se pusieron a comer algo (yo ya había cenado) y N. recuperó del todo la sobriedad y su amiga y yo recibimos las respuestas que pedíamos.

 

 No nos gustaron. Al igual que a N. no le gustaba, siendo perfectamente consciente de lo que pasa cuando bebe, que pensemos que es tonta y se le va la mano. No se le va la mano, quiere que se le vaya. Quiere pasar de pensar, pasar de preocuparse y descargar, darle al caos, divertirse en el momento y no pensar en las consecuencias.

 

 Y la verdad es que es su derecho. Si no queremos que se comporte así, si es por decisión propia consciente comportarse así, es nuestro problema.

 

 Las recriminaciones volaron y fue el turno de su amiga y mío de recibir algunas para las que no teníamos respuesta. Así que al final recibimos todos.

 

 Descubrí una vez más que lo que pienso y cómo me comporto no se corresponden a menudo, cuando su impresión de la primera reunión de enero tras el “secuestro” se reveló muy distinta de la mía. Básicamente que me había comportado como un presuntuoso que se creía un regalo sexual para ella y que había considerado un simple polvo mi desvirgamiento y le daba permiso para disfrutar de mis delicias cuando le quisiera y me viniera bien.

 Yo sinceramente no recuerdo haberme comportado así, pero entre el mosqueo que llevaba aquel día por cómo había sido y el mes de silencio y que soy consciente que estaba como un guaje de 14 años que se estrena en el sexo (entre encantado de la vida y en plan “joer que guay soy y me siento”) igual algo de eso hubo pero la verdad es que no recuerdo toda la conversación ni el tono en que hablé como para poder asegurarlo. Lo que si es que cuando ella me dijo que aquella vez se estaba disculpando recuerdo perfectamente que no lo hizo en ningún momento, ni antes de que yo supuestamente me comportara así, y así se lo hice ver.

 

 En fin, que su amiga ya se había ido y al final habíamos sufrido todos nuestros golpes en el ánimo y las relaciones. Y cuando por fin conseguí un taxi para irme (que allí no daba servicio ni el carro de los dioses y manda huevos que uno esté igual de aislado en plena cuenca minera de Asturias que en lo alto del Pajares en León) la cosa había cambiado a que el que más golpes llevó fui yo y el que estaba casi (CASI, tampoco caí tan bajo) era yo, y el que tuvo que pagar 40 euros para poder irse a dormir a casa fui yo. El que siente que sus problemas son una mierda soy yo. El que siente que pide demasiado soy yo. El que queda como un exigente dependiente inconsecuente soy yo.

 

 Y el que está muy cansado soy yo.

 

 Al día siguiente quedé con los colegas para la partida y no lo pasé bien. Siento que me empiezan a molestar también y siento que es algo absurdo las cosas que hacemos y a las que jugamos.

 

 Resumiendo, que hoy es un día precioso, ha salido el sol, es lunes y estoy agradeciendo haber ido al trabajo para no tener que pensar, dejar que las neuras que tengo vayan perdiendo voz inmerso en la rutina del trabajo y mi vida insulsa.

 

 Quiero pasar. Estoy en medio de un campo de batalla, de una matanza en el camino y quiero ignorarlo. Girarme y tirar para adelante. Quiero que me de igual si yo he empuñado la espada y quienes son esos cadáveres o si los conozco.

 

 Hoy quiero pensar “a la mierda” y seguir.

 

 A ver que tal se me da eso.

Anda...ha pasado un mes...

Me pongo a pensar y me resulta raro escribir tan poco últimamente. Lo digo porque pienso mucho y de eso nunca saco nada bueno pero sí muchas reflexiones que suelo poner aquí. Pero ya ves, releo y descubro que la última vez que escribí fue hace un mes en pleno bajón anímico…

 Será que me sigue gustando la caña y escribo más cuando hay cosas malas que contar…

 

 Pues me han pasado cosas buenas y cosas malas en este mes.

 

 Para empezar, me decidí. Y digo me decidí cuando en realidad ya estaba decidido… me explico que esto empieza a parecer un acertijo.

 Hace tiempo mis hermano L y su pareja, los viajeros de la familia, nos comentaron que este año se iban a Japón. Su experiencia del año anterior en la India no había sido tan buena como esperaban y creo que buscaban un sitio un poco más… limpio, civilizado, menos caótico, escoged el adjetivo que más os guste.

 

 Mi cara cuando me enteré debió ser un poema de proporciones bíblicas. Pena que nadie tuviera una cámara en ese momento… Y es que Japón es uno de los pocos lugares por los que siempre he dicho que sería capaz de mover el culo y salir del país. Desde jovencito me ha interesado la cultura mediática y social japonesa. Empezó como casi todo, con las series de dibujos y los mangas, pero poco a poco he ido desarrollando con los años un conocimiento cada vez mayor de la historia, los usos y costumbres y la forma de vida japonesa.

 

 En resumen que mi cara era una mezcla de “uy, que bien como me alegro por vosotros” mezclada con algo de “CABRONES!!!!” al más puro estilo envidia cochina.

 

 La revolución llega cuando unos días después, tras varios comentarios de la envidia que me daban, mi hermano me dice “pues vente con nosotros”.

 

 Otra vez se echó de menos la cámara de fotos para reflejar mi a buen seguro inigualable expresión.

 

 Y me lo pensé. Y lo repensé. Y lo volví a pensar. Valorando pros y contras. Lo caro que iba a ser. Primera vez viajando en avión y sería encima al otro extremo del mundo (si quieres té, toma dos tazas). La sensación de ser el tercero en discordia viajando con una parejita (y eso que ellos no son tan pegajosillos como mi otro hermano y mi cuñada…).

 

 Pero al final, qué narices. Es Japón. Trabajo así que tengo pelas disponibles. Y de perdidos al río.

 

 Dije que si.

 

 Al comprarlo algo más tarde, me costó el billete 100 euros más, pero me consiguieron uno en el mismo avión y ruta que ellos, ida y vuelta, porque con mi proverbial berza por la que soy famoso, igual me perdía y acababa viviendo en el aeropuerto de Doha y criando camellos para vivir… (Doha es la capital de Qatar y es donde nuestro avión hará escala a la ida y a la vuelta… 16 horillas de viaje de na…)

 

 Y desde entonces mi tiempo libre está centrado casi por entero en el viaje. Blogs y diarios de viajeros. Busqueda de información de ciudades, hoteles, albergues, precios, trenes, precios… Aprendizaje de japonés (mal y poco, es complicado aprender un idioma que para empezar tiene un alfabeto radicalmente distinto al tuyo… y encima es que tienen 3 alfabetos, no solo uno. Y la estructura gramatical es bastante distinta. Y casi nadie habla inglés!!!!).

 

 Y nervios. Muchos nervios y más que habrá según se acerque el momento de empezar el viaje.

 

 Va a ser mi primera salida al “mundo exterior”. Y va a ser al lugar que siempre quise ir.

 

 Vamos, que ando con un Síndrome de Stendhal continuo y eso que aún no he ido. ¡Quiero ir a todas partes y verlo todo! Pero “sólo” tenemos 18 días, allá por julio, así que no puede ser. Pero se intentará.

 

 En otro orden de cosas…

 

 N. restableció contacto, tratamos, hablamos, gruñimos, quedamos, reímos… O sea, vuelta al baile en círculos usual y yo ya no sé qué quiero o no quiero. Ya no pienso en futuros, intento no pensar en pasados y los pensamientos son presentes. En resumen, que quedamos (si ella quiere, sigo sin poder convencerla nunca como ella me convence a mi…) de vez en cuando pero no me como el tarro ya intentando encontrar señales de si o de no. Sólo intento Carpe diem. Y lo suelo conseguir. El resto del tiempo que no estoy con ella a veces pienso en ella, a veces no. Tengo días tristes y días alegres. Días ocupados y días relajados. Días en que no tengo ni que pensar en hacer las cosas para ponerme a ellas y días que cada cosa que hago me da una pereza tal que las hago como a disgusto.

 

 Es decir, vivo. Simplemente, vivo.

 

 

 Hace poco creí haber estropeado el sistema operativo del ordenador. Justo en medio de estar haciendo un curso de funcionario sobre hardware y cosas así, voy y la lío en el ordenador de mi casa. Entre el susto de haber creído perder la confirmación del billete de avión (que luego no era preciso nada de lo que me habían mandado por mail, ya que mi cuñada ya me había confirmado y pagado el mismo con lo que sólo necesito el pasaporte y el dni para recoger el billete físico el día que nos vayamos, pero eso no lo sabía así que imagina mis nervios ese día…) y la decepción y depresión que me cayó por haberla cagado de tal manera informáticamente, cuando me las suelo dar de listillo en esas cuestiones, esos días fueron intensos en lo malo.

 

 Pero todo se arregla salvo muchas cosas, así que ahora normal. N. me muestra un acercamiento cada vez mayor, pero uno nunca sabe si es como amiga o aceptando un inicio de algo que puede ser más. Es que ya sé que puede ser hacerme ilusiones sin fundamento, pero parece cada vez más cómoda conmigo y yo con ella, cada vez quedando más en plan “esto es lo que vamos a hacer toda la vida que nos reste”, para cosas importantes y para cosas normales, para compras y para no compras. Para reír un rato. Para vernos, simplemente. Vamos, como hacen muchas parejas. Y como no hacen otras muchas. Pero cada vez aceptándonos más.

 

 No sé. Tampoco quiero ponerme a analizar las cosas demasiado.

 

 Y llevo una semana con catarrazo gargantero, que con esta mierda de tiempo cambiante no hay manera que cure. El coche sigue en su sitio sin cambios y ha sido conducido con cierta regularidad así que en ese aspecto, bien.

 

 Y sigo vivo. También bien.

El presente era mas esperanzador como futuro

 

 Uno siempre está planeando grandes o pequeñas cosas que saldrán bien. Puedes ser realista y saber que conllevará un esfuerzo mediano o extenuante, o puedes ser uno de esos que va haciendo camino al andar y sorteando baches según surgen de la manera que le pida el cuerpo al instante. Pero sea como sea sabes a donde quieres llegar y esperas llegar, sino no te pondrías en camino. Y cada buena cosa que te ayuda en tu caminar es un apoyo más para que continúes y te digas “va a ser bueno”.

 

 Luego resulta que no lo es.

 

 No dudo que mucha gente piense sienta y diga “fue mejor de lo que esperaba” o “tan genial como suponía”. Pero lo habitual es que te quedes con una carita de haber tomado la última cucharada de helado sin ser consciente de que se acababa.  Que te quedes con ese gesto de coito prematuramente terminado por parte de la otra persona cuando mejor lo estabas pasando que te deja pensando (o diciendo) “¿ya?”.

 

 Vamos, que las cosas no salen exactamente como planeabas en el pasado, cuando el pasado era presente y te decías que iba a ser genial lo que venía.

 

 Y toda esta disertación a cuenta de que una vez más N. estuvo ilocalizable el fin de semana.

 

 No es la primera vez ni será la última. Llamo a su móvil y está apagado o directamente no lo coge. Pienso que estará ocupada o durmiendo o sin ganas de cogerlo en ese momento y espero que me llame o me escriba y eso no sucede y paso el fin de semana esperando algo que no llega. Si llamo a su casa o me dicen que está durmiendo o que no está. Los mensajes no los responde. Da igual si hago uno o cinco intentos. Que nada oye, que no hay manera. Ni siquiera por curiosidad para saber por qué la llamaba. O para charlar un ratito aunque no quiera quedar. Esas cosas que no sólo hacen las parejas sino también los amigos. Recuerdo que hace un par de años hablábamos media hora al menos por teléfono los domingos, para contarnos un poco la vida, cómo nos había ido, que tal lo habíamos pasado, cómo se planteaba la semana entrante…

 Me ha dicho que a veces (cada vez más frecuentes) le dan esas venadas de aislarse, no querer saber nada de nadie sea quien sea, amigo o amante, amable o pesado, habitual o circunstancial y que si no es que no, que ella es así y que si alguien la quiere tiene que aceptarla así.

 

 Lo que dice siempre vamos. Yo sigo pensando que es una actitud un poco dictatorial. “Yo no me muevo de donde estoy, mi islita con muro alrededor, tú haz el camino hasta aquí y ya veré si te dejo entrar cuando llames”.

 

 Y es un pensamiento un poco muy injusto. El miércoles mismamente me acompañó al taller que suele ir ella para los pequeños arreglillos para que pusiéramos en mi coche el retrovisor de segunda mano que había comprado en el desguace. Vino desde Gijón, de currar, con el poco tiempo que tenía para comer, comió poco y tarde, tuvo que irse deprisa y corriendo al final… todo por acompañarme, algo a lo que no estaba obligada.

 

 Por eso no lo entiendo. A veces araña unos minutos el poco tiempo que tiene para verme un rato, para compartir un rato conmigo. Otras veces tiene horas y horas y no hace nada por quedar, ni siquiera por charlar aunque sea 5 minutos por teléfono. Supongo que a todos nos pasa ese a veces esforzarse y a veces no. Pero me sigue confundiendo, me sigue haciendo sentir raro, me sigue deprimiendo un poquito a veces. Y sigue siendo ella la que marca el ritmo, en función de como se sienta y lo que le apetezca. Sigo sin poder influir en ella ni un poco, al menos esa es la sensación que tengo, que no puedo hacerla desviarse ni un poquito a ver el paisaje del camino, por así decirlo. Sigo yendo en el remolque, mirando hacia adelante y esperando, considerando cada detalle bueno como anuncio de un futuro mejor. Y luego el futuro se hace presente y no es tan bueno como esperaba…

PULIENDO LAS ARISTAS DEL VOLANTE

PULIENDO LAS ARISTAS DEL VOLANTE

Poco a poco voy mejorando con el coche. No digo que pueda emular a mi tocayo y ponerme a conducir un fórmula 1, pero sí que voy haciéndome menos propenso a los accidentes.

 Los primeros días aún cogí el coche con reparos, con desconfianza. Con miedo. Después del incidente del retrovisor, tenía una cierta aprensión cada vez que lo conducía. Aunque mi principal problema era que se me calaba el motor en los semáforos, alguna vez hice locuras, un adelantamiento incorrecto, un cambio de carril sin mirar, pegarme demasiado al lado derecho…

 

 Normalmente conducía mejor cuando algún pobre suicida iba conmigo en el coche. Tal vez sería porque entonces era más consciente aún de la responsabilidad que entraña manejar un cacharro de media tonelada de peso a 60 kilómetros por hora. No digo que cuando fuera sólo hiciera de piloto de rally o como esos cretinos que van haciendo piruetas por las carreteras, pero tal vez es que sigo valorando inconscientemente la vida de los demás un poco por encima de la mía. No sé, el caso es que cuando voy con pasajeros la velocidad es más constante y las maniobras un poco más cuidadosas. Puede que me acostumbrara con las clases de conducción a tener a alguien al lado más sabio y con más experiencia y me encuentre más cómodo cuando hay alguien en el asiento del acompañante.

 

 Y poco a poco se van puliendo los detalles, limando las aristas. Hasta ahora un colega, mi padre y N. me han acompañado en el coche y gracias a ellos voy ganando horas de experiencia. Sigo con fallos, sigo teniendo que tener cuidado, sigo sin poder confiarme. Pero tiro adelante y lo hago un poco mejor cada vez.

 

 Como en la vida. Lo mismo estoy haciendo, yendo con cuidado, confiando en los copilotos que me acompañan, aprendiendo, equivocándome a veces, asustándome otras, orgulloso de lo que hago en algunas ocasiones, sorprendiéndome, atreviéndome, con precaución, queriendo lanzarme a veces… En la vida uno tiene muchas horas de práctica, pero eso no evita meter la pata en cosas que creías ya bien aprendidas. Pero sigues adelante e insistes y tal vez logres no sólo poder ir sin tensión excesiva por la vida, sino incluso disfrutarla y terminar siendo bueno en el arte de vivirla.

 

 Así que a seguir practicando. En conducir y en vivir.

LA CONVERSACION NECESARIA

LA CONVERSACION NECESARIA

 El sábado N. quedó conmigo y tuvimos al final la charla que teníamos que haber tenido hace un mes. Pero por aquel entonces ella no se sentía preparada para tenerla y esperó hasta estar segura, cosa que no puedo criticar, sólo que me gustaría que hubiera sido antes.

 

 Reconozco que me sorprendió un poco que ambos hemos pensado más o menos lo mismo, hemos alcanzado una sintonía muy curiosa. Ambos tenemos claro donde estamos los dos y lo que sentimos respecto al otro y coincidimos. Y desde luego no queremos renunciar a la amistad que nos une. Sería algo antinatural cuando ambos sentimos cariño y lazos profundos por el otro.

 

 Así que las cosas están bien. Somos amigos y eso no nos lo quita ninguna discusión ni ninguna ida de olla por parte de ninguno de los dos. Como amigos podemos hablar las cosas, enfadarnos con el otro, reconciliarnos e intentar hacer la vida mejor para el otro sin imponer. Y apoyarnos en lo que necesitemos.

 

 Y volver a acostarnos si se tercia, ya que para ambos fue una experiencia física y sensualmente gratificante.

 

 Pero como pareja, a día de hoy, no.

 

 Ambos sabemos lo que hay y lo que no sabemos lo hablaremos. Y me siento cómodo con ello y creo que ella también. Tal vez algún día vuelva a sentir algo o esto que siento ahora es lo que siente alguien profundamente enamorado. No lo sé. Ya se verá, no me preocupa. Por ahora quiero disfrutar de mi vida. Aceptar lo bueno que venga y capear lo malo.

 

 Y N. es una cosa buena.

A CUESTA DA MORTE DO GARAJE

 Todos nos preguntamos alguna vez quien diseña los garajes de las casas. Por qué son tan complicados y por qué “esa columna que tú ya sabes” como decía el anuncio parece que se mueve para hacerte más difícil esquivarla…

 Mi garaje no es una excepción. A su estado de suciedad y aparente abandono estético (aparente y real) se unen unas oportunas columnas que parecen puestas por un aficionado al esquí de eslalon para obligar a los conductores a andar con mil ojos para no rayas la pintura. La verdad es que a veces me pregunto si a ningún arquitecto se le ocurre que tal vez para los garajes serían más adecuados unos hermosos arcos, como en las iglesias y catedrales, para sostener los techos y el edificio y tal vez hacer la vida más fácil a los conductores.

 Queda añadir comentarios sobre las cuestas de salida/entrada. Mi garaje no es una excepción. Hay una empinada aunque corta cuesta en la entrada. Conozco garajes en los cuales hay que hacer un giro de 180 grados en cuesta progresiva para entrar, aumentando el riesgo de roces contra las paredes. Y en los garajes de varios pisos hay que tomar varias veces las cuestas, poniéndolo peor todavía. El otro día vi cerca de casa de un colega un garaje que estaba a ras de la calle y pensé que debe ser una preocupación menos en la vida tenerlo así, tan a mano, tan bien puesto…

 

 El caso es que en esa cuesta de mi garaje tuve mi primer accidente.

 

 Bajé con mi hermano mayor el sábado después de comer para que me enseñara/ayudara a sacar el coche, para practicar, porque siempre en mi casa se ha dicho que salir de ese garaje tiene truco. A mi hermano le costó varios rayones y golpes con el coche familiar hasta que aprendió a hacerlo bien y mi hermana nunca fue capaz de sacarlo ella sola. Y yo ya descubrí que esa fama malhadada es merecida. Me quedé a mitad de la cuesta de salida con el motor calado, el coche se fue para atrás a pesar de estar pisando el freno (con la impresión del momento no debí pisar del todo a fondo como marcan los cánones) y encima en los nervios del momento moví un poco el volante haciendo que el coche no rodara hacia atrás recto hasta el final de la cuesta que hubiera supuesto un intento fallido y nada más, sino que me metí contra la pared y destrocé el retrovisor lateral derecho a la vez que iba produciendo un hermoso esbozo de cuadro de Picasso a base de rayones en la chapa. De color amarillo, como la tubería de gas contra la que estaba rozando (si, mi garaje tiene una tubería de gas al aire en la zona de la rampa de salida, uno de los sitios más complicados de pasar… alguien fue muy muy listo en el diseño. Al menos está bien reforzada, supongo que porque sabían que la gente se iba a ir contra ella muchas veces…). Tuvo que sacarlo mi hermano del lugar donde se había quedado encajonado y finalmente pudimos valorar los daños.

 Luego lo sacó él del garaje para ver si había algún problema con el coche y al volver lo volví a intentar yo. Al cuarto intento logré sacarlo y dar una vuelta a la manzana y luego volver a meterlo bien en el garaje. Parece que tengo problema con las salidas pero no con las entradas… (chiste patético a cuenta de mi escasa vida sexual y mi calvicie…)

 

 Obviamente, no me hizo ninguna gracia ni ayudó a mi autoestima el asunto… Ya asumía al comprar el coche que los rayones iban a ser frecuentes, por eso lo compré cutre de segunda mano. Pero lo de reventar un retrovisor la primera vez que cojo el coche en serio, pues como que no lo esperaba. Me pasé el fin de semana depre, lo que no quitó que el domingo, haciendo gala de mi cabezonería, cogiera otra vez el coche, esta vez sólo, y no parara hasta que lo saqué (al quinto intento, volviendo a bajar la cuesta marcha atrás calado tres de las veces pero esta vez con el volante firme, recto y sin rozar las paredes), dí una vuelta de cinco minutos sin alejarme demasiado de casa, calándome en un semáforo y rozando un poco al entrar en el garaje el portón de entrada. Así que un poco menos nervioso pero sigo estándolo y mucho. Todavía tengo mucho que recorrer con el coche hasta estar cómodo. Y esa rampa de salida la tengo atravesada…

 

 En otro orden de cosas, el accidente sirvió para que volviera a hablar con N., al pedirle ayuda con qué tenía que hacer ahora para arreglar el retrovisor roto. Igual de lo malo, del accidente, surge algo bueno y volvemos a retomar el contacto frecuente…

 

 Sigo pensando que no tendría que ser así. Que las cosas podrían ser más fáciles y que no tienen que pasar grandes o pequeñas tragedias para encontrar una excusa para que sea más fácil volver a hablar, pero bueno, así es la vida y así hay que cogerla y aprovechar las oportunidades que surgen cuando surjan, por leves que sean.

 

 Veremos.

EMO-TORIZADO

 Algunas personas vuelcan en su coche su afición y lo tratan como una mascota inanimada, cuidándolo, mimándolo, comprándole cosillas… hasta el extremo. Para ellos su coche es como su obra de arte y lo lucen hasta la chulería.

 

 Para otros no es más que un medio de transporte engorroso pero necesario, que les gasta el dinero y no les da ninguna satisfacción, pero tienen que usarlo.

 

 Algunos usan su coche para presumir, para destacar, para ligar, para atraer miradas.

 

 Para otros el coche es como el símbolo de su libertad, la posibilidad de poder ir donde quieran cuando quieran, sin tener que depender de horarios fijos de transporte público, sin tener que depender de otras personas… es como la cizalla que rompe algunas de las cadenas que nos atan y lo valoran como tal.

 

 Otros no quieren coche ni regalado. Por el coste, por los humos, por las preocupaciones… no lo necesitan ni lo quieren.

 

 Para algunos es el paso a la madurez. La toma de responsabilidad de las personas que van contigo en el coche y cuya vida está en tus manos. Se lo toman tan en serio como deben y son conscientes que el mejor viaje es aquel en el que llegas a tu destino sano y salvo.

 

 Para otros es el chute de adrenalina que necesitan en sus vidas. Se arriesgan, corren, hacen el gilipollas… todo por el subidón, como unos yonquis, eligiendo no ser conscientes de que no sólo se ponen en peligro a ellos mismos (allá uno con lo que se hace a sí mismo, estoy a favor de la elección libre del método de suicidio) sino que también pones en peligro a otras personas. En estos casos realmente los anuncios para coches, tan dados a equiparar los coches con un polvo o una excitación sexual y sensual, dan en el blanco, aunque a mí me parezca una mierda de manera de hacer publicidad y más que ganas de comprar el coche me den ganas de vomitar dentro de la camisa de los imbéciles que idean tal publicidad.

 

 Para algunos el coche es simplemente una caja con ruedas que te lleva a alguna parte. Ni le prestan especial atención ni les da alegrías ni penas. Casi lo ignoran, una sombra en la esquina de su mente, algo en lo que no piensan y que simplemente está ahí, como las nubes, los pajaritos y los papeles tirados por la calle. Son dueños de coches sólo de nombre porque ni se sienten propietarios ni esclavos. El coche no es lo bastante importante para ellos para dedicarle siquiera un pedazo inconsciente de su mente.

 

 

 

 Yo no sé cómo terminaré siendo de todos los casos mencionados arriba. Espero que un cretino inconsciente no, pero nunca se sabe. Lo que si es cierto es que mi Renault Clio de segunda mano ya está descansando en el garaje.

 

 Ya tengo coche.

Solitario aniversario

Solitario aniversario

 Mañana hace un mes de todo el lío este con N.

 

 Y no estoy bien.

 

 He perdido ganas de intentar las cosas. No me motiva nada la idea de esforzarme, intentar, arriesgarme, experimentar, soñar, desear...

 

 ¿Para qué? Mi vida va a seguir bien si no intento nada excepcional. Tengo trabajo hasta que dure, trabajo en el que no tengo que hacer de más ni de menos, sino sólo lo justo. Tengo una casa en la que vivir aunque no sea mía. Y aunque me fastidien algunas reglas, normas y circunstancias, tampoco estoy sólo cuando me pego el guantazo por fracasar en algo que intento y aunque no les diga directamente lo que me pasa, mi familia está ahí, un apoyo inconsciente, una forma de distraerme un poco del dolor y la pena.

 No voy a dibujar bien nunca. Me falta constancia e ilusión. Y aunque consiga algo, seré demasiado mayor ya para intentar nada serio en ese mundo a nivel profesional. Lo mismo me pasa con lo de escribir, aunque ahí la edad si que no es relevante. Pero no puedo seguir soñando con algo que llevo tanto tiempo intentando y...chico, que no, que ni tienes constancia, ni tienes arte, ni tienes inspiración, ni acabas nunca lo que empiezas.

 Y sobre el corazón... una relación real y ha jodido tanto como una ficticia. Quedan cosas buenas, algo que no suele pasar con las ficticias. Pero tampoco ha terminado demasiado bien. Tampoco me ha dejado más alegría que pena. Mientras se vive es intenso, muy intenso. Pero es como beber algo rico, cuando dejas de beber el sabor en la boca dura apenas unos segundos más y luego se desvanece, ya no sabe... ya no se disfruta. Y se queda uno con sed, pensando cuando podrá volver a beber eso tan rico de nuevo. Y al final terminas bebiendo cualquier otra cosa cuando tiene sed, sin darte ni siquiera cuenta, sin prestar casi atención... sin que te importe lo que bebes.

 

 Conozco los síntomas. Estoy deprimido. Esa depresión pasará, como todo en esta vida. Pero luego mi vida no será mejor, simplemente no me revolcaré tanto en lo malo. Pero eso no lo hará buena.

 

 He sido feliz durante un tiempo. Y ya no lo soy. Es todo el resumen que se puede dar. No es necesario decir más, creo.

Flotando

Flotando

 Hoy me gustaría estar en el agua. Flotando simplemente. LA postura del muerto, que la llaman. Un cuerpo de 70 kilos de peso que sube y baja con cada pequeña onda que se produce en el agua, uno de los pequeños milagros de los líquidos y el principio de Arquímedes.

 

 Como en los tanques de privación sensorial, pero sólo un sentido, el oído. Porque ese es mi recuerdo de cuando era pequeño y estaba en la piscina, o en el mar. Ponerme de espaldas, flotar y sentir un zumbido en el oído cuando el agua lo llena, impidiéndome oír nada más que ese zumbido. Casi como una voz lejana ininteligible, pero relajante pese a todo. Cerrar los ojos y no notar nada más que el medio cuerpo en el agua y medio fuera. Humedad por debajo y calor del sol por encima. Abajo inmensidad humeda. Arriba la inmensidad del cielo. Y yo un puntito suave en el centro.

 

 Y flotar, sólo flotar. Para ver si la vida me ignora y pasa de largo, para ver si no me escupe, para ver si mi mente se olvida de mí durante un rato y puedo descansar…

 

 Necesito descansar. La corriente me va a llevar igual a los rápidos y los pozos y las tormentas.

 

 Pero hasta que eso llegue, que me dé tregua. Eso necesito hoy.

De coches y esfuerzos

 

 

 

 Allá por junio, al empezar en el nuevo puesto de trabajo, al principio no sabía si salir al descanso o no. En el anterior trabajo tenía mi casa a 7 minutos de reloj. Podía ir, hacer la cama, comerme algo de fruta, descansar unos minutos y luego volver, consumiendo así la media hora de descanso sin prisas.

 Pero en el Calatrava mi casa me queda a 17 minutos (de reloj también, los funcionarios miramos mucho el reloj y medimos mucho los tiempos…) así que no puedo ir y venir como antaño.

 ¿Qué hacer entonces? Pues los dos o tres primeros días me comía mi pieza de fruta en la sala de descanso de la planta. Pero no me terminaba de convencer. Parecía algo muy…frío, muy solitario. No es que la sala sea pequeña, pero me sentía encajonado.

 Así que finalmente empecé a salir en los descansos. No iba lejos. A una plazita, casi una calle peatonal ancha cerca del edificio. Me sentaba ahí, me comía mi manzana o mi plátano… y me seguía aburriendo.

 Empecé a pensar en sacar el carnet de conducir. Con tiempo. Sin prisas. Por si alguna vez me llamaban de una bolsa de empleo del Principado que no fuera para Oviedo y tenía que desplazarme por mi cuenta o esperar largos enlaces de tren o autobús a las tantas de la mañana o con el estómago rugiendo de hambre…

 Casi como para no aburrirme en esa media hora sentado en el banco, le pedí a mi hermano mayor su viejo código de circulación (viejo porque tenía 6 años, eso es viejo con tantos cambios que se han dado…) y empecé a mirarlo. Quería tenerlo bien leído y aprendido antes de apuntarme a una academia de conducir y que ellos me dieran los últimos retoques de la teoría y sobre todo las clases prácticas, que esas si que quería darlas con profesionales.

 

 Terminó junio. Pasaron julio, agosto y septiembre. Y yo seguía leyendo mis 20 minutos de código de conducir todos los días de diario, comiendo mi manzana, sentado en el mismo banco (si podía). Salvo cuando llovía, que lo leía en otra parte, a cubierto.

 

 Perseveraba. Porque se iban añadiendo otros factores, poco a poco. Además del impulso inicial de “tengo tiempo-tengo dinero-puedo necesitarlo para no tener que levantarme a las seis de la mañana como mi hermano para ir a trabajar a otra ciudad” se unieron “quiero hacer algo de adulto bien” y sobre todo “así tal vez pueda ver más a N.”

 Porque con el cambio de trabajo de N. la empecé a ver menos. Y cuando salía lo hacía por cerca de su casa, no por Oviedo. Y no podía irme a buscar, llevarme y luego traerme de vuelta tras una noche de juerga. Ni por las horas, ni por las posibles condiciones en las que estuviéramos ambos y porque no somos pareja así que no tiene ninguna obligación de hacerlo.

 Así que en vez de esperar me reafirmé a sacar el carnet, para poder ir yo a veces donde esté ella, no esperar siempre, dar un primer paso por mi cuenta.

 

 Reafirmado mi ánimo, finalizando septiembre, como si fuera un deber por haber cumplido años, como otro escalón de crecer, aprovechando que tenía dos semanas de vacaciones, me apunté al fin a la academia.

 

 Iba al menos dos horas al día a hacer exámenes, repasando el código de circulación actualizado que me dieron, analizando los cambios, tomando nota de qué es lo que más preguntaban. Preparándome.

 

 Y tras esas dos semanas intensivas (casi ni fueron vacaciones para mí, lo único por poder levantarme más tarde) me presenté al examen el último día de vacaciones, un martes 6 de octubre.

 

 Aprobé con cero fallos.

 

 Contento si. Pero tampoco entusiasmado. Sabía que el examen teórico es una cuestión de perseverancia, es estudiar 60 páginas al fin y al cabo. Antes o después se saca, casi nadie que conozca o haya oído hablar ha tenido dificultades con él, aprobándolo a la segunda o tercera como mucho.

 Así que bien, pero no era bastante.

 

 Tuve que esperar un tiempo hasta que hubiera un hueco libre en las clases prácticas, porque estaban a tope en la academia. Una espera que terminó el día 29 de ese mismo mes, con mi primera clase. La hora a la que las daba era a las ocho de la tarde, y aquí ya estaba oscuro a esa hora. Oscuro y a veces lloviendo, empecé a aprender en una situación complicada. El primer día sólo manejar el volante, haciendo eses, empezando a acostumbrarme al movimiento, a qué cosas mirar, empezando a absorber las enseñanzas del instructor y llevarlas a la práctica.

 El segundo día ya empecé a usar los pedales. Y de ahí a no parar de aprender, incluso cuando sabía algo no podía bajar la guardia. Sentía una tremenda responsabilidad al estar al volante, aunque el instructor era experto y tienen sus pedales y saben cuando pararte. Pero aun así los nervios eran para mí inevitables. Aunque sabía que él me pararía si hacía algo mal no iba en plan “bueno, ya lo hará, yo a mi aire” sino que no quería que llegáramos al extremo de que me parara y por eso intentaba hacerlo siempre con cuidado y bien. Y tuvo que frenarme o moverme el volante muchas veces, es inevitable, al fin y al cabo por muy bien que intentara hacerlo, estaba aprendiendo.

 

 Descubrí también que no estaba dotado para ello. No es que fuera un inútil, pero cada cosa que aprendía tenía que ganármela practicando una y otra vez e incluso así a veces fallaba. No era como en las películas o los libros o incluso experiencias personales que te cuenta de gente que se le da bien instintivamente, que aprenden rápido, que han nacido para hacerlo bien.

 No, yo sólo era un chico normal en ese sentido. Si aprendía era a la manera normal, con tiempo y práctica y práctica y tiempo. No voy a negar que fue una pequeña decepción descubrir que no había nacido para ello. No es que me deprimiera o dejara de conducir por ello, pero bueno, uno siempre sueña que hay algo en lo que va a ser más que bueno, en lo que va a ser excepcional. Aunque en principio no me gustara la idea de conducir pensaba que tal vez era eso en lo que iba a destacar… pero no.

 Bueno. Seguiré buscando.

 

 La gente que consultaba, amigos, hermano, N., me decían que la media de clases que habían dado antes de intentarlo por primera vez eran entre 20 y 25 clases. Cada clase es algo menos de una hora más o menos. Y no me dije “cuando haga 20 clases me presento” o 25 o 23… sino que me dije “cuando haga 20 clases empezaré a pensar en presentarme, veré qué tal voy y lo consideraré”.

 La ventaja era que al haber aprobado el teórico a la primera tenía dos intentos en el práctico. Si suspendía la primera vez podía presentarme una segunda sin coste. Si volvía a suspender sí que tendría que volver a pagar la tasa para presentarme. Así que la gente en general te dice que si tienes dos oportunidades, la primera vez sueles ir menos nervioso pensando que tienes un segundo intento. No que apruebes seguro, de hecho poca gente aprueba a la primera, pero sí que a veces uno se siente más confiado esa primera vez y conducir es mucho de tener confianza. No de confiar en poder ir a 200 por hora haciendo eses y pensando que puedes reaccionar a lo que sea, pero si confianza para no dudar y que el coche falle en un sitio complicado o ser capaz de decirse a sí mismo “si voy con cuidado no va a pasar nada” y que sea verdad.

 

 Esa confianza la iba ganando poco a poco. Cometía fallos pero pocos eran gordos. Casi nunca implicaban que hubiera provocado un accidente o un atropello. Y poco a poco los fallos eran más de estilo (no aparcar fluidamente, no lanzarme a entrar en una rotonda en la que parecía que podía pero por si acaso…, que se me calara el coche…)

 

 Los exámenes son los miércoles y había que avisar una semana antes. Finalmente tras un par de días que lo hice bastante bien, que consideré que me quedaba más que nada pulir unas cuantas cosas, decidí presentarme. Era un martes, así que me iba a quedar el resto de la semana, y la clase del lunes y el martes antes del examen para terminar de hacer bien esas cosas que me faltaban. Cinco clases. Cinco horas prácticas. Sin problemas, pensé.

 

 Pensé mal.

 

 Los nervios impidieron la evolución. Cada día era como si fuera la primera semana de prácticas, cometiendo errores en cosas que parecía ya tener controladas, mejorando un poquito en otras cosas, pero en general haciéndolo mal. Cada día eran cuatro o cinco cosas que me harían suspender si hubiera sido el examen en vez de una clase. El viernes antes del examen el instructor me dijo que había bajado muchísimo el nivel, mostrándose claramente contrariado por verme fallar así. Mis ánimos y mi moral fallaban, empezaba a entrever un fracaso el día del examen. La gente me decía que al menos tendría otra oportunidad, me contaba como ellos también habían fallado las primeras veces, que no era una tragedia, siempre se puede volver a intentar y finalmente un día que no estés nervioso conseguirlo.

 Porque mucho de los fallos son los nervios. La teoría todo el mundo la termina aprendiendo. La práctica es cuestión de eso, de práctica. Pero cuando no te fijas en el detalle en el que sí te has fijado cien veces antes, cuando en medio de hacer algo te das cuenta que no deberías hacerlo antes de que el instructor te diga nada, cuando no consigues coordinar lo que sabes en tu mente con la ejecución en tus manos y pies… son los nervios. Es que te conviertes en tu peor enemigo. Y eso me pasaba a mí.

 

 La clase del día anterior al examen, el martes, fue un desastre. Empecé fatal y fui mejorando un poco a lo largo de la misma, pero para entonces, de ser el examen, ya estaría suspenso así que no valía. Y volví a casa ese día deprimido, porque todo parecía indicar que iba a fallar. Otra vez. “Como siempre” pensé volviendo a mis pasadas neuras…

 Esa noche, hablando por el messenger con mi amigo S. le estaba pidiendo consejos para el día siguiente, ya que siempre me ha gustado como conduce, seguro, tranquilo, efectivo. Y finalmente di voz a una de las cosas que más me estaba preocupando de la posibilidad de suspender.

 “Por una vez me hubiera gustado ser bueno en algo. No normal. Bueno. Aprobar a la primera y poder presumir un poco de ello, poder decir que conseguí algo que pocos consiguen.”

 Aprobar el teórico a la primera había estimulado esa sensación, esa sombra de arrogancia y orgullo. De algo bueno y malo, porque todos podemos ser inaguantables cuando nos ponemos chulos o presumidos, pero en mi caso sentirme orgulloso de algo no es tan frecuente y es una sensación buena, una cosa buena para mí.

 Y parecía que esa vez no iba a ser, por eso andaba triste.

 

 Nadie me exigía nada. Nadie me obligaba a aprobar a la primera. Yo mismo pensaba que mejor hacerlo bien que hacerlo rápido, sobre todo en algo tan importante como es conducir, como es tener en tus manos, en tus actos y reacciones, tu vida y la vida de quienes vayan contigo en el coche y las vidas de aquellos con los que te cruzas en otros coches o que van tranquilamente andando por la calle.

 

 Siguiendo el consejo del instructor y de N. traté de calmarme con unas valerianas (la primera vez que yo recuerde en mi vida que tengo que depender de mejunjes externos para los nervios… ni siquiera en los exámenes de la facultad o las oposiciones llego a tales extremos de nerviosismo que lo necesite…) y me fui a dormir pronto, queriendo hacerlo bien al día siguiente pero admitiendo al fin que el fallar era algo muy posible.

 

 y Ayer día 2 de diciembre por la mañana otra valeriana y enfrentarme al destino… bueno, no tan grandilocuente pero ya me entendéis. Llego al lugar que me indicaron el día anterior y ya hay algunos coches de otras autoescuelas esperando. Pero no la mía que llega más tarde de la hora citada, pero tampoco hay problema, porque los que empezaron antes salieron de otro lugar media hora antes y todavía tuvimos que esperar un rato, ya que el examen dura unos 25 o 30 minutos por persona y suelen ir dos en el coche, así que hasta las nueve y cuarto no llegan a donde estamos nosotros. Mi instructor no ha podido ir él ese día al examen por tener otras clases que dar, hay otros dos instructores de la academia que no conozco, pero al menos hay alguien. Y siento que tengo nervios pero no histéricos. Entre el frío, la valeriana y tal vez la sensación de ominoso destino parece que los nervios se mantienen en su justa medida.

 

 Llegan los anteriores examinados y el examinador monta en el coche. Usamos el mismo coche con el que he hemos dado clase para el examen, lo cual ayuda por la familiaridad. El otro chico que hace el examen conmigo aparenta 16, pero debe tener 18 que es la edad para sacarse el carnet y está nervioso, tanto como yo. Pero yo a veces soy muy echado para alante y me ofrezco a hacerlo yo primero, cosa que él acepta.

 

 Y monto. Y arranco. Y empiezo a conducir.

 

 Intento ir con mil ojos, con la mente totalmente concentrada. Todo mi esfuerzo puesto en ello. Las indicaciones del examinador se suceden. Intento ignorar cuando le oigo anotar algo, que es o indicativo de que has hecho algo mal, o de que está anotando algo positivo, para decidir al final si apruebas o no. Si en algún momento se comete un error grave el examinador te manda parar al momento y ya sabes que has suspendido. Sino al final del examen, cuando ambos aspirantes han realizado su conducción, repasan las anotaciones y deciden tu suerte. A veces lo resuelven en unos minutos y a veces los aspirantes deben esperar una hora o más para saber.

 

 No me hace parar. Voy conduciendo y cometo algún fallo leve, del que soy consciente. Una marcha metida demasiado bruscamente, un paso de cebra al que llego un poco demasiado rápido, un ceda el paso en el que paro un poco encima de la raya de detención, una indicación del examinador de salir en la tercera salida de una glorieta que no sigo y me dice que siga en la glorieta para poder tomarla en un segundo intento… Pero las cosas en las que fallo más habitualmente (incorporación a las glorietas en las que suelo esperar demasiado, no parar por segunda vez en los stop en un sitio donde vea bien la carretera, los carriles de aceleración y deceleración de autopista, que se me cale el coche) no suceden. Y voy empezando a creérmelo poco a poco, a creer que es posible que apruebe, que puedo suspender por acumulación de fallos pero no por un error grave como me estaba temiendo. Finalmente me indica que aparque, que siempre es el final del examen y a pesar de que es una de las cosas en las que suelo fallar, no lo hago perfecto pero tampoco mal. Detengo e inmovilizo el vehículo y me cambio de sitio con el otro chico que ahora va a empezar su examen. Y él me dice al cruzarnos “muy bien”.

 Y ya me creo del todo que por lo menos, lo he intentado y lo he hecho bien. No sé qué va a pasar dentro de media hora, cuando el otro chico acabe su examen y nos den la nota pero, al menos, lo he hecho bien. No salgo avergonzado. Puedo suspender pero no será un golpe moral. Un poco más de práctica para la próxima y lo puedo sacar bien.

 

 Aun así paso todo el examen del otro chico intentando no pensar. No quiero entusiasmarme por si suspendo. No quiero animarme pensando que lo hice bien. No quiero pensar en que tendrá que ser la próxima vez porque puede que apruebe, ¿por qué no? No me ha salido tan mal… pero tal vez haya algo que no me haya fijado… no sé, mejor no pensar en ello. Es fácil, sólo media hora, sólo tengo que irme fijando en qué tal lo hace el chico para que mi mente no empiece a pensar por su cuenta.

 

 El chico lo hace bien. Va algo lento hasta el punto que en un momento dado el examinador le dice que aumente la velocidad (no es un fallo grave, pero si leve), pero pasa bien por ciertas situaciones que no sé cómo las habría hecho yo de estar al volante.

 

 Llegamos al lugar desde donde salimos y paramos. Firmamos un par de papeles y salimos del coche, para que el instructor que va con nosotros durante el examen y el examinador traten sus cosas y este le diga nuestras notas. La espera es sólo de 5 minutos.

 

 El instructor nos comunica que hemos aprobado ambos.

 

 Hubo algunos fallos que nos comenta, un fallo del que no soy consciente y que creía haber evitado elegantemente durante el examen. Pero hemos aprobado.

 

 El viernes podemos pasarnos por la autoescuela a por el permiso temporal hasta que nos manden el carnet definitivo a casa.

 

 ¿Y yo cómo reacciono a la buena noticia?

 

 Pues de ninguna manera.

 Tras esos días de nervios, esas inseguridades, esos miedos, uno esperaría que hubiera dado saltos de alegría o me hubiera dado un ataque de llorera o… o algo evidente. Pero no. Me quedo aparentemente como estoy. Al menos por fuera. Doy las gracias a los instructores y voy hacia la autoescuela para que me firmen un justificante de haberme presentado al examen para entregarlo en el trabajo. Y mi interior es un aparente lago en calma. Pero hay corrientes dentro. Algo raro pasa dentro de mí. Se están juntando tantas cosas que se anulan mutuamente. Estoy como aturdido, como si aún no lo creyera. Como si aún tuviera que pasar otro examen. Como si no hubiera conseguido ni una victoria ni una derrota.

 

 Cojo el justificante y la placa de la L que tendré que llevar durante un año si voy en coche y les digo que me pasaré el viernes por la tarde a por el permiso. Voy al trabajo y entrego el justificante y me quedo ya ahí porque queda la mitad de la jornada y tampoco es cuestión de escaquearme. Recibo las felicitaciones de mis compañeras de trabajo. Llamo a casa para comentarlo. Mensajeo a N. y me llama para felicitarme.

 

 Y yo sigo como estoy. Aturdido. Un poco cortado ante las felicitaciones. Pero como si no hubiera pasado nada importante. Comento que sé que me va a bajar todo de golpe, que no sé cómo voy a reaccionar y se ríen.

 

 Cuando finalmente acabo la jornada y estoy volviendo a casa, es cuando llega. Es cuando me doy cuenta:

 

 Me decidí a sacar el carnet hace unos meses. Estudié por mi cuenta, luego asesorado. Y aprobé el teórico. Partiendo de cero en cuestión de conducción de coches dí 22 clases de casi una hora cada una. Y aprendí. Me esforcé. Luché. Pasé nervios y miedos. Pasé momentos de dudas pero seguí adelante.

 

 Y lo conseguí. Gané. Una pequeña victoria en un mundo saturado de pequeñas derrotas diarias. Una victoria mía. Un logro mío. Algo que he hecho más que bien: muy bien.

 

 Lo conseguí.

 

 No lloré pero me emocioné. Sonreía mi alma. Y estaba orgulloso de mi mismo en plan bien. Satisfecho. Había conseguido algo. Yo.

 

 

 Por supuesto ya se encargaron en casa de bajarme la moral, cuando las felicitaciones duraron 5 minutos antes de lanzarse como hienas mis padres en estéreo (que casi nunca están de acuerdo en nada pero mira como ahí si saltaron a la vez) a decirme que no me compre coche ni siquiera de segunda mano porque además de ser caro de mantener entre mecánica, gasolina y seguro no tengo ninguna necesidad de tener coche. Que alquile un coche una vez al mes un día para practicar o directamente que no haga nada.

 

 Necesidad claro que no tengo. Pero no todas las cosas en este mundo se hacen por necesidad. Si así fuera no tendría más de cuatro mudas de ropa. Intentaría trabajar sólo lo justo para tirar el año. No saldrían de casa. No conocería gente porque la mayor parte no va a convertirse ni en tu pareja ni en tus amigos. No escribiría. No dibujaría. No vería la tele. No haría sudokus. No pensaría más allá de mis necesidades inmediatas. No querría aspirar a más en la vida.

 

 

 En resumen, lo que ellos quieren que haga yo. Al menos esa es la sensación que me están transmitiendo últimamente y una de las cosas por las que quiero irme de casa, porque es muy triste pensar que tus padres están en plan “no hagas nada hasta que nos hayamos muerto y entonces enfréntate a todo de golpe”.  Y más triste es que esa sensación perdure en el tiempo porque no la desmienten nunca con sus actos y palabras.

 Ayudan a que sea un cobarde perezoso y sin iniciativa. Y eso me cuesta perdonarlo en un momento en que quiero madurar, en que quiero sentir que hago algo con mi vida más que dejar pasar los días hasta que me muera.

 

 Si por ellos fuera no volvería a ver a N. Por lo del rollo tan católico de las malas influencias. Cuando me parece de juzgado de guardia que no sean capaces de ver que desde que ella está en mi vida hay menos tristeza, menos depresión. Que incluso puedo ser feliz a veces. Algo que ellos no me podían dar. Y entiendo su miedo. Entiendo que duela pararse a pensar que ha llegado a un punto en que estar con mami ya no es suficiente para que el niño sea feliz. Entiendo que se sienten mayores y el paso del tiempo hace daño sobre todo cuando empiezas a entrever que se acaba, que no te quedan 50 años por vivir. Entiendo que tienen su educación y su moral y que les jorobe que esa educación y moral no haya calado en mí y haya servido para hacerme sentir satisfecho con mi vida. Que no todos sus valores son los míos. Que quieren lo mejor para mí y se aferran a lo que sirvió para ellos, que no tiene por qué valerle a nadie más.

 

 Tengo intención de comprar un coche de segunda mano y practicar para no perder la habilidad que tengo, que no es de cine pero no debo dejarla desvanecerse. No quiero ser un piloto de rally, lo que quiero es poder valerme por mí mismo si necesito desplazarme. Si la cosa resulta ser demasiado cara pues ya decidiré yo si no lo compro. Pero lo decidiré yo. Porque lo que yo “necesito” no es lo que ellos piensan que necesito. Y cada vez más.

 

 

 Finalmente me hizo más ilusión contárselo a S., a JD., a mis antiguos compañeros de trabajo hoy, a N. que contarlo en casa.

 

 Pero nada cambia el hecho de que lo conseguí. Y eso es bueno :)

Sindrome de abstinencia leve

Sindrome de abstinencia leve

 

 

 Breves son los días de vino y rosas…

 

 

 Fui consciente de estar pasando los mejores días y ahora noto su ausencia…

 

N. cambió de trabajo. Finalmente sus jefes tiraron demasiado de la cuerda, demasiadas vacaciones no disfrutadas y no pagadas, demasiados recortes en su sueldo, demasiadas exigencias laborales que no le correspondían… Y surgió otra oferta similar pero ligeramente mejor en cuanto a sueldo y ella hizo finalmente lo que quería hacer desde hace tanto tiempo… irse. Una pena porque el trabajo le gustaba, lo que no le gustaba era el trato y lo que tenía que aguantar. Además se le daba bien. Empapaba de un poco de su brillo especial a cada cliente que entraba y no dudo que les dejara huella.

 Pero hay situaciones en las que uno no puede permitirse sacrificarse y N. estaba en una de ellas, así que se fue.

 A mi calle. Literalmente. Dos portales más arriba del mío, a ser recepcionista de una academia de masters y estudios “superiores”.

 Duró dos días. Ya antes de cambiar de trabajo le habían comentado en un antiguo lugar de trabajo que era posible que en breve volvieran a tener un puesto para ella. Y la confirmación llegó dos días después de empezar a trabajar en el nuevo sitio. Así que lo dejó también, porque aunque el trabajo que iba a realizar la aterraba por ser nuevo y duro (comercial itinerante) y no estaba segura de estar capacitada, el sueldo era notablemente superior y necesita ese dinero con urgencia.

 Así que echándole unos ovarios que admiro se lanzó de nuevo al vacío y allí está ahora, en el nuevo-antiguo trabajo.

 

 

 Y sólo la he visto un día desde entonces, 20 minutos. El trabajo es en un polígono de por ahí los mundos extrarradios cuando no está de lugar en lugar intentando vender los servicios de la empresa de mensajería de lunes a viernes, así que durante semana no tiene tiempo libre, práctica y literalmente.

 Y los fines de semana no me necesita como yo la necesito a ella. Es lo que hay y lo acepto. Lo que siento por ella no se basa en la correspondencia. Esta sólo podría alimentarlo, pero no es lo único.

 

 Lo que hay es que me enganché a ella. Cuando trabajaba en la tienda de cartuchos e impresoras, no había semana que por lo menos no me pasara un par de días a verla. Y si tenía tiempo libre entre entradas y salidas o al final de la jornada muchas veces me daba un toque y en 5 minutos nos veíamos. Así que su compañía se convirtió en habitual, pero no por ello menos luminosa.

 

 Y ahora no la veo. Prácticamente ni hablamos. La mando sms de vez en cuando contándole si me pasa algo interesante, pero raramente los responde. Y salvo 20 minutos un día de su primera semana de trabajo, no la he vuelto a ver en persona.

 

 Es su derecho como quiera pasar su ahora escaso tiempo libre. No tengo nada que decir a eso. Es libre y libre la amo.

 

 Simplemente sé que tengo que saber vivir sin ella, que no se hace débil lo que siento si no la veo, pero también soy consciente… que estoy un poco tristón.

 

 Amar es notar la ausencia y bañarse en la presencia, consciente de cada minuto en ambos casos. No es aire necesario para vivir y que su escasez provoque la muerte pero tal vez es más preciso decir que es más bien como el sol. Uno se marchita un poco con tanta oscuridad y días nublados…

 

 Además están siendo unos días complicados. 4 oposiciones en semanas casi seguidas que no puedo preparar correctamente y aunque vaya me siento ridículo madrugando y esforzándome en algo que no voy a sacar con tan escaso estudio previo. Un trabajo que está empezando a retomar un ritmo elevado aunque soportable. Un hermano de salud precaria que empieza a preocuparme.

 Un que me comuniquen que voy a ser tío en unos meses y no sé muy bien como reaccionar frente a eso.

 Una semana de vacaciones que han sido todo menos vacaciones entre una oposición que tenía al final de la misma y que durante esa semana me he sacado el carnet teórico de conducir (no es correcto decir que sólo he estado una semana en ello. En realidad llevo desde que empecé en el nuevo sitio a trabajar leyéndome el código de circulación en los descansos empezando a prepararme para este momento. Lo de la semana es más bien que me apunté al final a una academia de conducir derramando una cantidad escandalosa de dinero, en todas pasa eso, y estuve una media de cinco horas diarias haciendo exámenes y consultando dudas y leyéndome el código de circulación actualizado que allí me dieron. Y finalmente el martes pasado, último día de vacaciones, examen y 0 fallos) y ahora en breve empezaré con las pruebas prácticas y espero sacarme dicho carnet en breve…

 

 Y las mil y una cosa que pasan cada día que me encantaría compartir y hablar con ella y que ella compartiera y hablara conmigo las suyas…

 

 Pero es lo que hay. Por desgracia el río de la vida es como que es y hay que adaptarse a su corriente.

 

 Así que sigo nadando. Llegaran o no mejores días o volverán los igual de buenos. O sólo quedarán recuerdos. O me iluminará otro sol o nadaré entre tinieblas que harán las aguas cada vez más frías.

 

 Pero sigo nadando.

3… 2…

3… 2…

 

 

 Ayer cumplí años. 32 ya, a uno de ser crucificado, como estuve diciendo ayer todo el rato. Ya se sabe, el chascarrillo del día…

 

 Como escenifico en el título de este artículo, siento que es una cuenta atrás más que nunca. Pero al contrario que de habitual, siento que es una cuenta atrás no mala, no hacia algo malo, sino hacia… no sé hacia donde. Y eso es lo bueno. Que no lo sé ni lo intuyo ni lo temo.

 

 Porque ahora encontré mi Camino.

 Sé hacia donde voy y quiero ir. Sé donde quiero estar. Y con quien.

 

 El cómo llegar son detalles que se irán luchando según surjan.

 

 

 Lo que si que siento es que empieza a ser la cuenta atrás para este lugar… Porque su utilidad para mi alma se empieza a disipar.

Dejando atrás las aguas turbulentas

Dejando atrás las aguas turbulentas

 Mi nuevo trabajo es… papel.

 Es la mejor manera de definirlo. Tenemos un pequeño Amazonas talado en forma de folios y folios y fotocopias y papeles y archivos sobre las barrabasadas cometidas por estos pequeños futuros presidentes del Gobierno y las medidas psicologicoguays realizadas para encauzarlos…

 Cuando ves un archivo de unas pocas hojas sabes que ha valido para algo. Pero el 90% de los archivos no son de unas pocas hojas, sino que año tras año engordan y engordan con un delito tras otro, una falta tras otra… y entonces es cuando me doy cuenta que estoy trabajando en algo en lo que no creo. Ya sé que se dice que si algo sirve para ayudar aunque sea a una sola persona, es bueno. Pero cuando uno piensa que lo que está propiciando este sistema es que haya un grupo de futuras hienas que abusarán impunemente de los que no han cometido falta alguna en su vida, pues piensa que está ayudando a crear más desigualdades en el futuro y piensa “¿por qué hago esto?”

 

 Y eso que yo sólo hago los papeles. No tengo que ver a ninguno de ellos, ni ir a los Centros de Menores, ni a los Juzgados ni nada. Estoy en mi escritorio, con el ordenador, haciendo papeles y archivándolos y metiéndolos en bases de datos.

 

 Y esto es lo que me espera durante bastante tiempo. Esta vez parece más improbable una prematura patada en el culo como me pasó en el puesto anterior.

 

 Ya sé que siempre me quejo de mis trabajos al principio. Que si había que tratar con el público en el primero y eso me ponía nervioso. Que si era muy físico en el segundo y me cansaba mucho…. Aunque luego en el primero incluso me divertía de tratar con la gente y en el segundo terminé amoldándome muy bien e incluso disfrutándolo.

 En este que estoy ahora lo difícil era aprender la mecánica del asunto. Al ser un trabajo tan repetitivo luego no hay dificultad añadida, una vez que lo aprendes, es casi siempre igual (siempre hay excepciones).

 Al principio fue muy duro porque mi compañera, la que me iba a enseñar, sólo estuvo una semana. Era también interina y su puesto fue cogido por otra chica que sacó plaza. El resultado fue que a la semana de empezar me quedé sólo durante diez días y tuve que ocuparme de casi todo el trabajo de papeleo. Casi todo porque las otras tres chicas del servicio (la jefa de servicio, la jefa de sección y la educadora) están con su propio trabajo, juzgados, teléfonos, tratar con los educadores de los centros, con traslados a otras comunidades de menores ,etc etc… como para poder ayudarme mucho. Así que al poco de empezar me las tuve que arreglar como pude durante todo ese tiempo.

 Fue duro. No mortal, obviamente, pero sí bastante estresante a nivel mental. Acababa el día cansado, un poco agobiado y bastante insatisfecho, amén de propiciar un humor variable.

 Ya imagino los clamores: “uy pobrecito que se estresa por un trabajo sólo de mañanas y cobrando decentemente”.

 Cada uno se queja de lo que tiene. Incluso el trabajo que parezca peor es mejor que otro, así que en el mundo sólo podría quejarse una persona según esa regla de tres. Así que considero que todos tienen derecho a quejarse de lo que consideran que está mal, sin hacer mucho caso a las comparaciones…

 Bueno lo dicho. El caso es que esos diez días pasaron y llegó la nueva compañera y ahí estuve de profesor (incluso sin saberlo todo, ya se sabe que en el país de los ciegos el tuerto es el rey…) y ahora, tras dos semanas, la cosa se ha enderezado. Ella lleva muchos más años que yo en la Administración y se adapta enseguida a las cosas con lo que ha pillado rápido y bien el procedimiento.

 Y llega el momento de poder relajarse un poco y evaluar las cosas.

 

 La evaluación es que no es un trabajo difícil. Si es pesado bastantes días, muchos papeles, muchas cosas. El ambiente es bueno, no me llevo mal con nadie así que por ese lado no hay ningún problema por ahora.

 El lado malo es que es un trabajo poco estimulante, poco gratificante y que considero poco útil. Es repetitivo, me deja los ojos un poco tocados de tanto ordenador en pantalla mala y está más lejos de casa que el anterior con lo que no puedo ir al descanso a hacer la cama y tomarme algo ahí y llego más tarde a comer.

 

 En resumen, no está tan mal. Pero tampoco me parece que esté genial.

 

 Y mientras tengo que pensar que entre septiembre y octubre tengo tres oposiciones, una de ellas casi vital (la de subalterno de la Junta General) ya que este año no convocan nada más de subalterno y esos puestos son mi mejor oportunidad de entrar a trabajar fijo en la Administración.

 He empezado también a mirar para sacarme el carnet de conducir por mi cuenta en las prácticas. Y sigo teniendo mis inquietudes habituales. Como siempre demasiadas aficiones y apetencias para juntar con mis deberes y con menos tiempo libre…

 

 Y amo. Lo que hace la vida más llevadera y disfrutable.

...y lágrimas hubo

...y lágrimas hubo

 En un momento dado del día, me dí cuenta que era el último reparto de papeles y carpetas y correo que hacía.

 

 Y en ese momento fue cuando llegaron las lágrimas.

 

 Luego hubo otro pequeño brote, cuando me "secuestraron" a traición al final del día para hacerme una despedida, con comida, abrazos, buenos deseos, un tarjetón de despedida y un reloj que me regalaron.

 

 Hay buena gente en el mundo. Y en ese lugar hay muchas buenas personas. Gente que de pasar a ser compañeros de trabajo pasan a ser compañeros de vida, aunque no se conviertan en amigos del alma si son personas que recuerdas con cariño.

 

 Y por eso como dice Gandalf, "no todas las lágrimas son malas". Porque es normal llorar un poco al alejarte de gente buena.

 

 Principalmente dedicado a MariLuz, Asun, Pedro y Oscar. Pero los nombres son muchos... y los tengo todos apuntados en papel y grabados como un dulce recuerdo en el corazón.